A más de tres años del inicio de la praxis económica del “mejor equipo de los últimos cincuenta años” y tras esperar inútilmente la lluvia de inversiones, lo que queda claro es que su principal tarea en el área consiste en la destrucción sistemática del aparato productivo.

A la demolición del poder adquisitivo conseguida por la devaluación criminal de nuestra moneda; la apertura indiscriminada de las importaciones; el aumento astronómico de las tarifas; siguió como la sombra al cuerpo la desaparición del mercado interno, motor del crecimiento económico que vivimos durante el gobierno nacional y popular.

Mientras los grupos de la economía concentrada y las transnacionales enfocan sus cañones a la bicicleta financiera, las PyMES languidecen y desaparecen a ritmo vertiginoso. El costo del crédito hace inviable la continuidad de empresas que no pueden colocar su producción en el mercado local. No hay rubro de la economía que no haya sufrido los embates. Metalmecánica, autopartistas, alimenticias, del neumático, juguetes, textil, etc. Diariamente nos anoticiamos de una nueva pyme que baja las persianas: en los últimos tres años, desaparecieron alrededor de 9500 empresas pequeñas y medianas provocando una caída constante de la actividad industrial.

Tal vez el ejemplo más notable de cómo opera la destrucción de la producción local esté dado por las pelotas de fútbol. Mientras en Bell Ville se fabricaban las mejores pelotas de futbol, el gobierno, a través de YPF, importa desde China un producto de menor calidad para regalar a sus clientes en las estaciones de servicio (dato anecdótico: en la publicidad radial de verano de la empresa te invitan a “aprovechar” el aumento de los combustibles para hacerte de la famosa pelota) y asfixia la producción local. Otro tanto en el sector textil donde ingresan calzado, indumentaria, entre otros productos de forma indiscriminada.

Las provincias más afectadas por el cierre de empresas fueron las del NOA: Jujuy, La Rioja, Catamarca y Salta. En el GBA, la situación no es menos grave, en municipios como San Martín (otrora capital nacional de la Industria) se suceden los cierres y las cesantías.

Cada empleo industrial que se pierde entraña no sólo el drama de la familia que queda a la deriva, sino la pérdida que significan los años de preparación invertidos en su especialización. No hace falta tener mucha memoria para recordar lo que significó en los 90 el cierre de las escuelas industriales y la escasez de personal calificado que se produjo al momento de reactivar la industria durante la década ganada.

Mientras hasta 2015 se favorecía la sustitución de importaciones, alimentando el círculo virtuoso del crecimiento económico de la población, vemos hoy la creciente primarización de la economía argentina que nos acerca, en pleno siglo XXI, al modelo económico de inicios del siglo anterior. A contramano del mundo, se desprotege la economía interna y se festeja la exportación de limones, cerezas, mandarinas, a la vez que se desfinancia el sector de ciencia y tecnología y los procesos de industrialización de las materias primas que abundan en nuestro territorio.

Una tonelada de trigo exportado genera 1 empleo, una de harina tres y una tonelada de pasta seca siete. En el proceso de reprimarización se pierden 10 puestos de trabajo y así en cada rubro de la producción.

La asfixia de toda actividad industrial con la excusa de la falta de competitividad, es una forma de forzar la flexibilización laboral de hecho, para beneficiar a los sectores concentrados de la economía.