En su desesperada campaña por conseguir un segundo mandato, el macrismo salió a vender con bombos y platillos el Acuerdo de Libre Comercio con la UE. Es decir, a cacarear con el preacuerdo que, de concretarse, tendría desastrosas consecuencias para nuestro país.

A poco de andar, y más allá de la pretendida algarabía, estamos frente a otra operación mediática donde el Gobierno plantea una falacia y los medios hegemónicos le dan aire para seguir inflando el globo. Ahora bien, ¿cuáles serían las ventajas de un Acuerdo de Libre Comercio con la gigantesca maquinaria económica europea?

Aun sin conocer en profundidad los alcances del Acuerdo que se firmaría, podemos decir que de este lado del Atlántico no hay motivos para festejar. El secretismo oficial acerca de los puntos acordados permiten inferir que una vez más la administración PRO terminó cediendo en la negociación más allá de lo admisible para una economía en desarrollo, hoy inmersa en una crisis autogenerada, tal vez la más grave de su historia.

A la pérdida del acceso preferencial de nuestro país al mercado brasileño, se suma que las perspectivas no permiten suponer un incremento del intercambio comercial en planos de igualdad y provocará un aumento de la primarización de la producción argentina decretando de hecho la muerte de la industria nacional.

A esto deben añadirse los condicionamientos económicos referidos a compras públicas (Compre Argentino), empresas estatales, propiedad intelectual entre otros rubros que se verán afectados, reservándonos el poco halagüeño sitial de proveedores de materias primas sin valor agregado y de servicios. Mientras la contraparte del acuerdo tendría la capacidad de exportar hacia nuestro país productos de alto valor agregado como por ejemplo tecnología.

La renuncia explicita de resignar la posibilidad de solucionar los conflictos entre las partes en nuestros Tribunales profundiza la vocación de entregar nuestra soberanía al gran capital financiero, limitaría el cobro de retenciones a la exportación, la prohibición del uso de Licencias no Automáticas de importación, la limitación en cuestiones referidas a la propiedad intelectual y el ingreso sin aranceles de productos del bloque europeo y la prohibición del uso de las denominaciones de varios productos en nuestro país, tales como el queso roquefort o mozzarella, el champagne e incluso en el caso de los vinos la imposibilidad de exportar vinos de La Rioja con denominación de origen.

Al no estar especificado el porcentaje de elaboración local que debe tener un determinado producto para ser considerado europeo, abre la puerta al dumping social con el solo gesto de agregar una etiqueta que diga Made in (por ejemplo) España, para entrar dentro del Acuerdo.

La firma del acuerdo permitiría la participación de empresas europeas en sectores claves del desarrollo nacional como hidrocarburos, tecnología satelital y energía nuclear, entre otras.

Ante el más que probable enfado de USA a raíz de la firma del Tratado, Macri propone el 4 de julio avanzar en la posibilidad de un nuevo TLC con los Estados Unidos y Canadá resucitando al ALCA, esta vez en forma voluntaria y unilateral tal como anunció en la CAME.

Los 20 años de negociaciones a los que este Tratado parece poner fin, siempre sufrieron contratiempos ante la decisión soberana de mantener una relación igualitaria (o por lo menos equitativa) con el gigante del otro lado del Océano.

Ante esto, uno no puede menos que recordar aquel glorioso día en Mar del Plata, cuando Néstor, Lula, Hugo Chávez, Duarte Frutos y Tabaré Vázquez torcieron la decisión de Bush de irse de nuestra tierra con el acuerdo debajo del brazo.

Ese día, bajo una lluvia de a ratos torrencial y un frío inclemente, de pronto se abrió el cielo cuando el Estadio Mundialista decretó junto al inolvidable Comandante: ¡ALCA AL CARAJO!