En diciembre de 2015 sostuvimos que no había motivos reales para que nos embargara el desánimo, que la pelea en nuestro país se daba en el marco de una disputa de carácter global (unilateralismo yanqui vs. multipolaridad), que habría avances y retrocesos, y que lo único permanente es la lucha. La crisis del neoliberalismo tenía plena vigencia, por lo que no había que sucumbir ante los cantos de sirena que auguraban una prolongada hegemonía de la derecha en la Argentina y en América Latina.

Pero no fue magia, diría Cristina. La victoria del 27 de octubre estuvo jalonada por innumerables luchas. Con las plazas del pueblo durante el verano de 2016, la resistencia a los despidos de miles de trabajadores estatales, la pelea contra los tarifazos, los cientos de miles que se congregaron en Comodoro Py cuando arreció la persecución contra CFK y su familia, las masivas marchas de docentes, las luchas contra los intentos de reforma laboral, contra la reforma previsional bajo un marco de brutal represión, contra el 2×1 que buscaba la libertad de los genocidas, por la aparición con vida de Santiago Maldonado, de las miles y miles de compañeras que conforman el movimiento de mujeres. Soslayados deliberadamente, se desarrollaban en paralelo miles de conflictos obreros en todo el territorio nacional resistiendo el cierre de fábricas, la debacle de las pymes, buscando sobrellevar el drama de millones de compatriotas agredidos, hambreados, atacados una y otra vez.

No obstante, las luchas no necesariamente ofrecen una salida política. Esa llave la tenía Cristina y la utilizó a la altura de las circunstancias históricas, de las complejas exigencias de su tiempo. Primero con su candidatura en las legislativas de 2017, agrupando detrás de sí a un amplio espectro de fuerzas políticas y sociales, entre ellas a una parte mayoritaria del PJ. Luego enhebrando y recomponiendo un heterogéneo tejido unitario, con diversos intereses y aspiraciones, pero con la expresa voluntad de salir del ciclo de ajuste y endeudamiento. En función de ese objetivo, Cristina propuso la candidatura del compañero Alberto Fernández, allanando el camino para una holgada victoria en las PASO, ratificada el pasado 27 de octubre.

Luego de las Primarias el enemigo ajustó clavijas, incrementó las presencia de su base social en las calles, impulsó el corte de boletas en el plano local, volcó enormes recursos, buscó embarrar el acto electoral; en fin, apeló a un sinfín de instrumentos, mientras rifaban miles de millones de dólares de las reservas monetarias con el propósito de mantener “a raya” la desastrosa coyuntura económica, aunque sin éxito. Esto les permitió recuperar posiciones (en particular en la región central del país) aunque no les alcanzó para forzar una segunda vuelta.

Es importante tener en cuenta estos elementos para mensurar correctamente la magnitud de la victoria alcanzada. Enfrentamos a un enemigo muy poderoso, que trasciende obviamente a Macri y a los factores de poder locales. No les bastó la big data ni la colosal cobertura mediática para evitar la derrota. Tampoco pudieron con Cristina, perseguida, hostigada, atacada en su círculo más íntimo.

Al calor de la campaña electoral la derecha fue preparando la desestabilización del próximo gobierno, anticipando que la batalla principal se dará en las calles. Nos dejan tierra arrasada, y van a procurar hacer más daño aún de acá al 10 de diciembre. Trabajan también por desarmar la cohesión del frente construido, concientes de la diversidad de actores e intereses que coexisten en el Frente de Todos. Citamos en este sentido a nuestro Secretario General, el compañero Pablo Pereyra: “Lo principal es hacer un análisis de todo lo que nos costaron estos 4 años de neoliberalismo para que no vuelva a pasar. La fuerza que tenemos que construir para que no vuelva a pasar. La heterogeneidad necesaria para derrotar al neoliberalismo y que se va a expresar ahora cuando seamos gobierno: intereses distintos, disputa de intereses. Nosotros lo planteamos como una relación dialéctica entre unidad y disputa. Unidad en contra del enemigo principal, y después habrá intereses distintos. Nosotros, sin romper, vamos a tener que defender los intereses de las mayorías; pero al mismo tiempo tener en claro que sin esta unidad no hubiéramos ganado. Entonces hay que cuidarla, y dentro de esa unidad construir con los sectores que tengamos acuerdos en los proyectos más de fondo, más de largo plazo”.

Durante el último mes se encadenaron una serie de acontecimientos en nuestro continente, fruto de la resistencia de los pueblos frente a la política del imperialismo. Las jornadas de lucha en Ecuador que pusieron contra las cuerdas al traidor Lenin Moreno; las elecciones regionales en Colombia, con una fuerte derrota del uribismo, en particular en la ciudad capital Bogotá; las multitudinarias movilizaciones en Chile, que desnudaron la escandalosa desigualdad del tan mentado “modelo chileno”, configuraron un nuevo escenario en el mapa regional.

En simultáneo, el compañero Evo Morales logró su reelección con un indiscutible triunfo en primera vuelta, sobreponiéndose a una escalada de violencia y golpismo impulsada por los Estados Unidos y sus aliados locales. No pudieron durante estos años doblegar a la Revolución Bolivariana en Venezuela, tampoco al sandinismo en Nicaragua, ni someter a Cuba Socialista, nuevamente atacada a través del bloqueo criminal y la Ley Helms Burton. Uruguay definirá en balotaje la continuidad del Frente Amplio o el retorno a las políticas de saqueo, y López Obrador en México transita su segundo año de gobierno progresista en medio de fuertes presiones de los yanquis que buscan truncar una posibilidad histórica. Resulta que la ola neoliberal ya no es tal, y hoy es Bolsonaro el que mira para los costados en procura de algún socio.

Tenemos sobrados motivos para celebrar, pero más motivos aún para acumular y organizar las fuerzas necesarias que nos permitan hacer efectiva aquella exhortación de Cristina, repetida en varios tramos de la campaña: “Nunca Más neoliberalismo”.