EDITORIAL
Las dos Argentinas
Días atrás, la compañera Cristina reflexionó (en el marco de un homenaje al eterno Hugo Chávez) respecto a un elemento clave: debemos tener una dimensión real de la magnitud de los profundos cambios producidos durante la última década. En la Argentina y en América Latina. Esto es lo que explica la virulencia con que el imperialismo nos ha confrontado y el carácter restaurador de la ofensiva yanqui en nuestro continente. Frente a esto, CFK nos convocó a construir nuevas mayorías políticas y sociales dispuestas a defender los derechos conquistados y resistir la avanzada del neoliberalismo.
La presencia más permanente de Cristina, sus opiniones vertidas en diversos actos y entrevistas, constituyen, como siempre, un quiebre en el escenario político nacional. Pero su impacto es mayor aún en el contexto de una espesa cerrazón mediática y una extendida insolvencia en el elenco político estable que satura todos los sets de radio y televisión. Por eso los esfuerzos denodados del enemigo por ningunear su figura y sus apariciones, cada vez más frecuentes y necesarias para el campo popular.
Sin embargo su voz siempre llega: en particular a los más humildes, a los laburantes, a los jóvenes y estudiantes, a los desocupados, a los pequeños y medianos empresarios y comerciantes, a los científicos y profesionales, etc. Estos son los principales afectados que a menudo la estadística dura no logra dar carnadura, los agredidos por el retorno a un proyecto de exclusión donde mandan los dueños de los bancos y los dueños de la tierra. En cambio, Cristina es la representación viva de la otra Argentina.
La Argentina de los 6 millones de puestos de trabajo, la del 97 por ciento de cobertura previsional y los 3,5 millones de nuevos jubilados. La de los más de 400 parques industriales, las paritarias libres y la recomposición del salario de los trabajadores. La de ARSAT, YPF de los argentinos y nuestra línea aérea de bandera. La de una economía desendeudada, con un Estado al servicio de las grandes mayorías y una democracia sin tutelajes. La del Juicio y Castigo a los genocidas, la de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. La del NO AL ALCA, la integración latinoamericana y la pertenencia al Mercosur, la Unasur y la CELAC.
La otra Argentina es la que estuvo representada días atrás en el predio de la Sociedad Rural Argentina, con el ingeniero Macri al frente del atril. El otro “patio militante”, como bien lo ilustró Máximo Kirchner. El regocijo de los presentes era total, en particular porque la quita de retenciones significó una transferencia de 128 mil millones de pesos al complejo agro-exportador. No era para menos. Sin embargo afuera, en la calle, la realidad quema para el conjunto de nuestro pueblo.
Ya son 180 mil los despidos de trabajadores registrados en lo que va del 2016. Se calcula una cifra similar (o incluso mayor) para los trabajadores en negro. El poder adquisitivo del salario cayó 11,3 por ciento en el mes de junio respecto al mismo mes del año anterior. Según datos del INDEC, la construcción cayó en julio un 19,6 por ciento en términos interanuales (la mayor retracción en 20 años) y un 12,4 por ciento durante el primer semestre. Por otra parte, la actividad industrial retrocedió en julio un 6,4 por ciento. Esto último generó reacciones en el seno de la Unión Industrial Argentina, de sectores que apostaron al “cambio”, y ahora lo están padeciendo. Un termómetro nítido de este panorama lo ofrece el flaco desempeño del consumo durante las últimas vacaciones de invierno, donde la venta de pasajes, ocupación hotelera, espectáculos de teatro y cine cayeron entre 20 y 50 por ciento respecto a 2015.
Asistimos en este contexto a un crecimiento en escala de la conflictividad, y en particular a una disputa por la orientación del conflicto social. El poder real ya posicionó (principalmente a través de Clarín y su constelación de medios) a los actores políticos, sociales y sindicales afines a sus intereses, para que sean ellos quienes impongan los tiempos de la confrontación y le permitan al gobierno asimilar los golpes, salir airosos y con renovadas fuerzas para profundizar el ajuste sobre nuestro pueblo.
Debemos dar la batalla política en el plano de las ideas, aglutinar con amplitud y sin sectarismos a todos aquellos sectores agredidos por el neoliberalismo y construir esa nueva mayoría bajo el liderazgo indiscutido de Cristina. Con precisión científica, ella analizó y diferenció el rol del poder político de sus atributos formales: “El poder es otra cosa -afirmó-. El poder es tener la suficiente fortaleza en la relación de fuerzas que existe en la política, no solamente de un país sino de una región y del mundo, para poder decir ‘vamos a ejecutar esta política que va a beneficiar a tales y poder llevarla adelante’”. Allí radica el núcleo principal de nuestra acción política.