A fondo contra el pueblo
Con el triunfo de Jair Bolsonaro en el Brasil, el imperialismo norteamericano gana un aliado de peso global en la disputa geopolítica que mantiene con China y Rusia, eje del enfoque multipolar. Durante los últimos cinco años, los yanquis pusieron en práctica un efectivo juego de pinzas que culminó en este desenlace dramático para la nación hermana. Por un lado con la persecución, hostigamiento y demonización del Partido de los Trabajadores (PT) que incluyó la destitución vía golpe parlamentario de Dilma Rousseff y la cárcel luego para el líder popular Luiz Inácio Lula Da Silva. En paralelo, un agudo trabajo de zapa sobre la conciencia de millones de brasileros, moldeando un sentido común reaccionario y un odio de clase que permeó incluso en sectores empobrecidos de la sociedad. Los grados de resistencia fueron dispares y en ese escenario el enemigo logra imponer un personaje como Bolsonaro, meses atrás caricaturesco, hoy presidente de la quinta economía del mundo. No obstante esto, Fernando Haddad obtuvo 45 millones de votos y un sólido respaldo de los estados del nordeste, los más pobres del país-continente. Sobre esta base, es posible reconstruir los instrumentos políticos necesarios y acumular las fuerzas que permitan enfrentar la embestida neoliberal-fascista que se cierne sobre el gigante Brasil.
Macri ya se anotició de que tiene poco para festejar. Más allá de la afinidad política, el principal socio comercial de nuestro país se desmarcó raudamente de los intereses regionales y se orienta hacia vínculos de asociación bilateral con las naciones imperialistas, no importa si son o no complementarios con las necesidades económicas del Cono Sur. Brasil tiene qué ofrecer (en términos económicos, militares y geoestratégicos) en cambio la estrella de Macri ya se agotó. Sobrevive gracias al sostén del Fondo Monetario Internacional, generoso ante riesgo de un retorno de Cristina. Los términos en los que se aprobó en la Cámara Baja el Presupuesto 2019 (sin conocimiento de la letra chica del acuerdo renegociado con el Fondo) además del ajuste descomunal que impone, muestra el grado de debilidad y desesperación que atraviesa al gobierno nacional. Con los primeros albores del 25 de octubre, nos enterábamos de que irán por una reforma estructural del sistema previsional e insistirán con la ley de flexibilización laboral. El operativo represivo que se desplegó durante la votación permitió al gobierno distraer la atención, instalar nuevamente el fantasma de la violencia y los “violentos”, además de desmovilizar. No por nada se encargaron de infiltrar la movilización para justificar luego la cacería policial.
El presidente no repara en los costos políticos, su suerte está echada. Diversos sectores del establishment ya exploran una salida “sin Macri y sin Cristina”. En el caso de CFK porque buscarán encarcelarla. Más allá de las particularidades históricas que nos diferencian del Brasil, lo cierto es que sería imperdonable subestimar el accionar del imperialismo. Debemos forjar la unidad más amplia frente al enemigo principal y evitar prestarnos al juego de la derecha. Pueden incluso promover un escenario de caos si están en condiciones de determinar el curso de los acontecimientos. La quemante realidad social los apremia pero está en disputa hacia dónde se canalizará el descontento. Ahí es necesario observar el “fenómeno” Bolsonaro. Lo que no está en discusión es nuestro rol, el de las fuerzas del campo popular, en esta etapa. Sigue siendo generar conciencia, explicar con paciencia el origen de las dificultades que atravesamos, desarmar el andamiaje de valores y miserias individualistas sobre el que se construye el sentido común del neoliberalismo. La única forma es en la calle, en las fábricas, en los colegios y universidades. Y hacerlo desde el movimiento organizado, para que lo espontáneo se vuelva acción permanente.