El derrumbe de los niveles de consumo en la población muestra indicadores dolorosos y afecta en mayor o menor medida a casi todas las capas sociales. Ancianos y niños sufren las carencias alimentarias que se traducen en subalimentación, desnutrición y bajo rendimiento escolar.
Muchas cosas han pasado desde aquel 9 de diciembre de 2015 en que despedíamos con la Plaza a lleno a Cristina después de que se consumara la mayor estafa electoral de la que nuestro pueblo tenga memoria. Retrospectivamente, aquel bailecito triunfal de las autoridades electas no permitía vislumbrar la catástrofe económica a que seríamos sometidos en poco más de tres años de ejercicio del neoliberalismo en estas tierras.
El derrumbe de los niveles de consumo en la población muestra indicadores dolorosos y afecta en mayor o menor medida a casi todas las capas sociales. Los números de pobreza e indigencia dados a conocer por la UCA, que miente ahora a la baja así como lo hacía inflando los guarismos durante el kirchnerismo, nos habla de la pauperización creciente de los sectores más vulnerables de la sociedad. Ancianos y niños sufren las carencias alimentarias que se traducen en subalimentación, desnutrición y bajo rendimiento escolar.
Cada vez más lejos de la recuperación, la caída de los niveles de producción de la economía sigue en picada. Hasta el propio FMI tiene que reconocer que la Argentina está entre las ocho economías más recesivas del planeta, con una racha de 12 meses consecutivos de caída.
A esta caída de la producción y el consecuente crecimiento del desempleo y precarización laboral, le sigue como la sombra al cuerpo la disminución de los niveles de consumo popular que ya alcanza a las capas medias bajas y otros sectores más favorecidos, siendo los únicos triunfadores de la catástrofe los amigos del poder, hacia donde se deriva la formidable transferencia de ingresos.
El crecimiento del nivel de trabajo infantil, el cartoneo, rebuscar en la basura son postales que creíamos desterradas tras más de una década de crecimiento del índice de Gini. Rubros como indumentaria, juguetes, electrónica y muebles acompañan en el derrumbe a la compra de alimentos en supermercados y al abandono de las primeras marcas para recalar en segundas y terceras, generalmente de menor calidad. Pasamos de comprar el celu en 12 cuotas sin interés a pagar los alimentos con tarjeta de crédito. El nivel de la crisis económica generó que la nueva cúpula de la UIA resaltara que “seguimos en una economía pendular”, como principal crítica al rumbo económico neoliberal de la administración Macri.
El derrumbe del consumo de alimentos es tal vez el indicador más doloroso de estos últimos 3 años y medio y no da trazas de mejorar en el tramo que transcurrirá hasta el cambio de mandato. El consumo de carne vacuna descendió a 53 kg per cápita, el más bajo en los últimos 20 años y un 62% de las familias reconoce haber abandonado su utilización en la dieta como consecuencia del aumento de precios, siendo substituida por arroz, fideos y otros productos de menor calidad proteica. La leche, insumo esencial en ambos extremos de la vida, viene decreciendo permanentemente y es imposible de encontrar en los prometidos precios cuidados o esenciales. El pan, que según los grandes medios masivos atravesó la “barrera psicológica de los 100 pesos”, se ha convertido en otro de los consumos inalcanzables.
En los 90, muchos compatriotas se iban a dormir con un mate cocido y un cacho de pan, pero ya es también un viejo recuerdo, imposible gracias al precio de la yerba y el azúcar.
Mientras tanto, el derrumbe de la venta de automotores procura ser remontado por el Gobierno subsidiando a las terminales automotrices para bajar sus costos.
La dolarización de los commodities, las tarifas, los combustibles, fogonea la incontrolada inflación que licúa salarios y provoca cierres de 50 empresas PyME por día pauperizando a la población y empoderando a los grandes capitalistas con capacidad para accionar en la bicicleta financiera.