Ante un nuevo intento imperialista de los Estados Unidos por quebrar el modelo de desarrollo soberano de la República Islámica de Irán, el país persa continúa afianzando la multipolaridad en Medio Oriente.
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, anunció el 24 de junio pasado nuevas sanciones contra la República Islámica de Irán, que fueron acompañadas por amenazas bélicas de todo tipo: bombardeos selectivos, ataques cibernéticos y hasta una intervención militar directa. Trump llegó al colmo de decir públicamente que había autorizado un ataque contra territorio iraní pero que “decidió cancelar la operación a diez minutos de su inicio”, tras ser informado que provocaría la muerte de al menos 150 personas. La excusa del imperialismo para semejante amenaza fue el derribo de un dron espía estadounidense valuado en 200 millones de dólares. El representante permanente iraní en Naciones Unidas, Majid Takht-Ravanchi, afirmó que el dron entró en el espacio aéreo de Irán “pese a los reiterados mensajes de advertencia”, y que Teherán actuó conforme al artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, que establece el derecho inherente de autodefensa de los países. De la misma forma se pronunció la Guardia Revolucionaria Iraní (vanguardia de elite del ejército): “Es un mensaje decisivo y claro para que Estados Unidos respete la integridad territorial, la seguridad nacional y los intereses vitales de Irán”, subrayó su comandante en jefe, Hosein Salamí.
Este hecho se sumó a otro anterior, el pasado 13 de junio, cuando dos buques cisterna petroleros (uno japonés y otro noruego) que navegaban sobre el Estrecho de Ormuz, fueron atacados. Pese a que Washington responsabilizó a Teherán de forma inmediata, y sin prueba alguna, el país persa negó categóricamente la versión imperialista y rechazó las acusaciones. En el mismo momento que sucedía el supuesto ataque, los máximos representantes del gobierno iraní se encontraban firmando convenios de cooperación económica con el Primer Ministro de Japón, de gira por el país. Se cae de maduro que el “ataque” fue una operación para perjudicar el acercamiento entre Irán y Japón y derrumbar las negociaciones; además de sumar una nueva excusa para incrementar las sanciones y las amenazas.
“Estados Unidos dice que no excluye el uso de la fuerza y eso sería un desastre para la región. Provocaría un estallido de la violencia y el aumento del número de refugiados”, puntualizó el presidente de Rusia, Vladimir Putin, a las pocas horas de las amenazas, y se solidarizó con Irán. Lo mismo hizo el vecino Irak, cada vez más alejado de EE.UU., que además pidió estrechar la cooperación en el ámbito militar con las Fuerzas Armadas iraníes. El nivel de desarrollo tecnológico militar de la República Islámica es de los más avanzados del mundo y es la preocupación fundamental del Estado terrorista de Israel, principal base de operaciones del imperialismo en Medio Oriente.
Las sanciones y amenazas buscan, por un lado, aislar diplomáticamente al país persa y, por el otro, golpear las exportaciones de petróleo iraní (de la misma manera que están haciendo con las venezolanas) e impedir a toda costa la entrada de divisas y dificultar su comercio internacional. El objetivo de los imperialistas es destruir el modelo de industrialización y desarrollo soberano de la República Islámica de Irán, modelo económico ejemplar para toda la región, donde las grandes empresas estatales son la columna vertebral del crecimiento. “No buscamos la guerra, pero no podemos permanecer pasivos frente a la invasión de nuestras aguas territoriales, nuestras tierras y nuestro espacio aéreo”, dijo Ravanchi, representante iraní en la ONU. Estados Unidos no tiene nada que hacer en el Golfo Pérsico. Caso contrario, saben ahora que habrá consecuencias.