APORTES AL DEBATE

¿Qué es “la izquierda”?

No es novedad, pero vale la pena refrescarlo: se denominó así al sector más intransigente de la Asamblea Nacional durante la Revolución Francesa, compuesto por jacobinos y girondinos. Desde entonces, “derecha” e “izquierda” expresan a conservadores y progresistas respectivamente. La izquierda abarca un espectro que se ha ido ensanchando con el tiempo, a medida que la derecha burguesa pierde espesor histórico, se concentra en cada vez menos beneficiarios y desnuda cada vez más claramente su carácter retrógrado, mostrando que no tiene nada que ofrecer a la amplísima mayoría de la humanidad.

En nuestra patria, “la izquierda” también incluye un conjunto muy amplio. Caben en ella sectores que están convencidos de que es posible el progreso eterno dentro del sistema a condición de controlar sus “excesos” y “desvíos” o “deformaciones”, y otros que suponen que reemplazarlo es cuestión de “educar” a la clase con discursos encendidos.

Dentro de ese espacio también estamos quienes en Argentina aspiramos a cambios revolucionarios y luchamos por ellos desde diferentes identidades políticas. Diezmados por la última dictadura, que desapareció, torturó, asesinó y violó a nuestros integrantes más consecuentes, y estigmatizados por las distintas fracciones de derecha y centro derecha que la sucedieron, intentamos aún recomponer ideas, organización y programa.

Entre quienes nos consideramos revolucionarios había y hay diferencias, a veces de matices y a veces mucho más profundas. Todavía hoy no hemos logrado elaborar la síntesis superadora que dé al pueblo argentino un programa único y la herramienta política y organizativa eficaz para terminar con el poder de las clases dirigentes que detentan el poder económico concentrado y que, en alianza con el enemigo imperialista, nos someten hoy a otra vuelta de tuerca de una demolición metódica de la otrora Argentina semi-industrial, integrada y pujante.

Enfrente de todo este entramado se levanta la derecha, hoy hegemonizada por su sector más retrógrado y recalcitrante (A.E.A., la AmCham, los bancos privados, el monocultivo sojero y la concentración más grande de la historia de empresas que producen prácticamente todo lo que vemos, oímos, comemos, bebemos, vestimos y respiramos). Estos tipos no dejarán maldad sin hacer, no dejarán caja sin vaciar, no dejarán piedra sobre piedra, y se preparan ya mismo para una represión mucho más dura y generalizada tan pronto los reclamos rompan el dique de la tenue expectativa electoral en septiembre y octubre. No lo hacen porque sean buenos o malos, sino porque es el único proyecto que tienen para ofrecernos.

Mucha gente votó a Milei porque “era lo nuevo”, porque “venía a terminar con la joda de pocos” o porque prometía salirse de los estrechos marcos del posibilismo que nos asfixia.

Pero los duros hechos demuestran que Milei se apropió del descontento generalizado debido a la falta de resolución de problemas concretos con los que chocó una gran cantidad de argentinos y argentinas. Ellos, con una justificada desconfianza hacia nuestra fuerza (que no cumplió sus modestas promesas de retornar al fifty-fifty), no alcanzaron a vislumbrar en qué consistía el “cambio drástico” que prometía la motosierra; que Milei no era lo nuevo, sino en todo caso la forma más nueva de lo más viejo. Que era el mascarón de proa del intento más profundo de borrar definitivamente toda posibilidad de desarrollo independiente, justo y soberano de nuestra patria, para beneficio del imperialismo globalizado y sus aliados locales en su lucha a muerte con el mundo multipolar encabezado por los BRICS.

Milei es contrarrevolucionario y es un síntoma: es expresión de la brutal decadencia de una clase otrora dirigente y pujante convertida en una banda saqueadora de número cada vez más reducido, sin otra aspiración que la de gestionar las crisis cada vez más profundas que su mera existencia provoca. Es la prueba viviente de que el capital transnacional imperialista, expresión última del desarrollo capitalista, nunca, en ninguna parte, bajo ninguna circunstancia, puede aportar soluciones verdaderamente superadoras que contemplen las verdaderas necesidades del 90% de la humanidad.

Es, por eso mismo, el síntoma de la misión inconclusa de la izquierda revolucionaria.

¿Cuál es la izquierda revolucionaria? Es aquella parte de la izquierda que asume el marxismo como la herramienta para el análisis de la realidad social. Que asume la lucha de clases como el factor dinámico de la historia y su corolario ineludible: que la clase trabajadora es la llamada a poner fin a las penurias del pueblo a condición de poner fin a la organización capitalista de la sociedad. Que asume el leninismo como su teoría de partido y su forma organizativa, porque es la que organizó las experiencias exitosas de llegada al poder de la clase trabajadora y el pueblo (con independencia de su duración y posterior despliegue).

Y que pone manos a la obra en los ámbitos políticos, sindicales, territoriales y en todos aquellos donde los asalariados viven, estudian y trabajan para que su praxis los ejercite en la acción histórica independiente para la resolución de sus problemas inmediatos.

Pululan en estos tiempos programas muy interesantes con objetivos tales como el control estatal de las riquezas naturales del suelo, el agua y el aire, de las radiotelecomunicaciones, de los servicios, de las cadenas de producción fundamentales, etc. Todos muy interesantes, y probablemente sintetizables en uno solo, si los autores de cada uno de ellos así se lo propusieran. Pero aún antes de eso, ese programa adolece del verdadero sujeto histórico que lo haga suyo y no podrá llevarse a la práctica sin el concurso organizado de una masa decisiva de la población.

Los comunistas del PCCE nos consideramos parte de la izquierda revolucionaria y somos parte del kirchnerismo desde su nacimiento en la calle, en la lucha contra las patronales del campo, porque tenemos la convicción de que es con su evolución que podremos avanzar en la construcción del gran Frente de Liberación Nacional y Social que la hora exige. Un frente que represente a los incontables reclamos particulares y sectoriales de la enorme mayoría de nuestro pueblo, desde los empresarios pymes hasta los cartoneros, pasando por laburantes de toda clase, estudiantes, científicos, amas de casa, docentes, etc. Un frente que los organice en cada lugar, por cada reivindicación, y que contenga esas reivindicaciones en un programa con transformaciones de fondo que garanticen su cumplimiento, que debería ser la síntesis de todos esos que mencionamos más arriba.

Un frente que, como cantaba Zitarroza, crezca desde el pie.