Con estas palabras, el ex presidente y líder del Partido de los Trabajadores (PT), Luis Ignacio Lula Da Silva, se refería al accionar desastroso del gobierno de Jair Bolsonaro. Con una economía en caída libre y la pandemia del coronavirus desatada, Bolsonaro vive en una realidad completamente separada a la del pueblo, a tal punto que expresó ante el Supremo Tribunal Federal que “la libertad es más importante que la propia vida”. No por casualidad Brasil es hoy el país más afectado por la pandemia en el continente americano después de Estados Unidos, con más de 163 mil casos y 11 mil 200 muertes (datos al 11 de mayo). También es el país con menor cantidad de testeos por millón de habitantes de toda Sudamérica.
Desde que se detectó el primer caso y luego de haber calificado al coronavirus como una “gripecita”, Bolsonaro se negó a aplicar la cuarentena en todo el territorio bajo la premisa de mantener la económica a flote. La realidad es que el coronavirus no fue una simple “gripecita” y la economía terminó en un derrumbe de tal magnitud que el gigante sudamericano se encamina a su peor contracción económica en décadas. Según datos recopilados por la consultora Axios, en los últimos meses la Bolsa brasileña cayó un 51% y el real se devaluó un 37%. Además, de acuerdo con la previsión de la empresa europea de servicios financieros, Société Générale, la contracción del Producto Bruto Interno para este año será del 7,4 % y la deuda representará el 100% del PBI para 2022. La peor parte de la crisis y la pandemia, como de costumbre, se la está llevando el pueblo trabajador más humilde.
Mientras el presidente habla barbaridades por la televisión, parecería que los que gobiernan de hecho son los militares, aunque todavía es apresurado asegurarlo. Está claro que el presidente es un títere del Poder real y del imperialismo, de la misma forma que lo fue Macri en Argentina.
El pueblo brasileño y sus partidos populares deberán buscar una estrategia unificada y prepararse para la compleja situación que se avecina.