¿Y SI ESCUCHAN A CRISTINA?
Reaccionamos o decepcionamos
Cada vez son mayores las señales de que en Estados Unidos hay una recesión en ciernes. Estas proyecciones responden a la percepción de que la Reserva Federal (FED) está decidida a pisar la inflación con agresivas alzas a las tasas de interés. Eso plancha la actividad económica y retrae el consumo. La confianza del consumidor cayó a principios de mayo a su nivel más bajo desde 2011. Si hablamos de economía norteamericana, es necesario recordar que la deuda pública de este país es de 30 billones de dólares. Representa el 130% de la producción económica anual del país (PIB), que es de 23 billones de dólares. Sin embargo, existen otras fuentes de deuda. Según datos de la FED, los gobiernos estatales y locales acumulan una deuda de 3,3 billones de dólares; las deudas personales llegan a 23,1 billones de dólares e incluye deuda hipotecaria (11,7 billones), deuda de tarjetas de crédito (1,1 billones), entre otros; y las deudas empresariales y corporativas alcanzan los 36,3 billones de dólares, de las cuales 17,9 billones corresponden al sector financiero y 18,4 billones corresponden al sector no financiero. Realmente, en total, la deuda de Estados Unidos ronda los 90 billones de dólares. Mientras sostienen esta colosal burbuja, ¿cuántos millones en el planeta se caen del mapa?
La “inseguridad alimentaria aguda” (cuando una persona no puede consumir alimentos suficientes y eso pone su vida en peligro inmediato) afectó a 40 millones de personas más en el mundo entre 2020 y 2021, llegando a afectar a un total de 193 millones de personas de 53 países, según el Informe Global sobre Crisis Alimentaria 2022 recientemente publicado por la FAO. En América Latina, unos 12,7 millones de personas padecen este flagelo, un millón de personas más en poco más de un año. No es un fenómeno exclusivo del mundo subdesarrollado. En el Reino Unido aumentó un 57% la cantidad de familias que tienen dificultades para alimentarse. Más de siete millones de adultos redujeron el tamaño de las porciones y hay 2,6 millones de menores de 18 años que no tienen acceso a una dieta saludable, de acuerdo a un estudio de The Food Foundation. Resultan llamativas las declaraciones de nuestro presidente (quien se autopercibe un argentino europeísta) al privilegiar las “inversiones” de la vieja y decadente Europa por sobre la locomotora de la China popular. El incompresible parate de la construcción de la central Atucha III le da crédito a sus palabras.
La “insatisfacción democrática” a la que se refirió la compañera Cristina en su brillante intervención en el Chaco debe proyectarse, a nuestro entender, al conjunto de los pueblos del mundo capitalista contemporáneo. La tendencia a la multipolaridad es la respuesta a los estragos causados por el neoliberalismo aún hegemónico en una parte del globo. Hoy se está definiendo (en particular por el conflicto en Ucrania) el ritmo de avance de esa tendencia. No está claro dónde se para el gobierno nacional en esa disputa geopolítica. Las posiciones zigzagueantes no pueden ofrecer una respuesta.
En este contexto, la decisión de adoptar el programa económico del FMI en nuestro país nos lleva a un escenario de inexorables luchas políticas y sociales. La falta de determinación para confrontar con los factores de poder puede pavimentar la derechización de la sociedad. Mientras se teoriza sobre la correlación de fuerzas para justificar el “moderacionismo” presidencial, el enemigo ofrece argumentos sencillos y salidas políticas más sencillas aun cabalgando sobre la decepción. Se intenta construir un símil de Bolsonaro a partir de la insatisfacción y el desánimo, en particular de los sectores medios y bajos. El fenómeno de los trabajadores registrados con ingresos por debajo de la línea de pobreza tiene antecedentes peligrosos: fue la base social del facismo en la década del 30, y de Trump más recientemente. En abril, una familia tipo argentina debió contar con ingresos por un monto total estimado en $95.260 para no caer en la pobreza y, según el Ministerio de Trabajo de la Nación, el ingreso promedio de los trabajadores privados registrados de Argentina es de $ 89.931. No hablemos del 40% de laburantes en negro. Esto no se revierte con más o menos unidad solamente, sino con otra orientación del rumbo económico.
En el año 2019 no se convalidó un acuerdo con el FMI que entregara soberanía; no se habló de dar luz verde a los formadores de precios; no se prometieron tarifazos a los servicios de electricidad y gas; no se propuso un proyecto de concentración económica y distribución regresiva de los ingresos ni de crecimiento del PBI con salarios de hambre. Este es el debate que plantea Cristina y la dolorosa advertencia de que “no le estamos haciendo honor a tanta confianza, tanto amor y tanta esperanza que nos depositaron”.
Si no hay reacción por parte del Ejecutivo, que haya movilización de nuestro pueblo. Es la única forma de contrapesar la presión que ejerce el imperialismo para que se aplique el programa del Fondo. Cada día es mayor el reclamo de trabajadores y trabajadoras hacia sus conducciones burocráticas, de los gremios combativos hacia una CGT patronal. Hay que modificar la orientación económica del gobierno desde las calles, en cada conflicto (más grande o más chico), dando la discusión en el movimiento de masas, para que este sea protagonista de nuevas conquistas y no caldo de cultivo de variantes reaccionarias del neoliberalismo. Promover y organizar las luchas por las reivindicaciones de nuestro pueblo, ese es el rol de cada militante del PCCE en cada lugar donde nos toque actuar. Con decisión, con audacia, con persistencia y espíritu creativo. Haciendo nuestras las palabras del camarada Díaz-Canel pronunciadas días atrás: “quien pone precio a sus ideas está incapacitado para entender a quienes tienen el valor de sostener y defender las suyas”.