El golpe cívico-militar perpetrado contra Evo y la revolución democrática y cultural en Bolivia generó y continúa generando conmoción en nuestra región y en el mundo. No obstante, luego de los primeros momentos de sorpresa y zozobra, de ser forzado a presentar su renuncia y asilarse en México para preservar su vida, Evo dejó planteado lo principal: “Mientras tenga la vida, la lucha sigue”. La afirmación se da en un contexto de creciente reacción del pueblo boliviano, de sus movimientos sociales, sus organizaciones campesinas e indígenas, aunque esto sea arteramente ocultado. Recrudece la represión por parte de las fuerzas armadas, brazo esencial del golpe y sostén de la autoproclamada Añez, “coronada” en el marco de una auténtica pantomima legislativa.
El golpe se fue gestando según premisas cuidadosamente determinadas. Este derrotero tiene antecedentes recientes con parámetros idénticos implementados en otros países. Libia, Ucrania, Venezuela y Nicaragua, por ejemplo, aunque en estos dos últimos los objetivos destituyentes no prosperaron. Denuncia de fraude, accionar de grupos paramilitares bajo el rótulo de “comités cívicos”, incendio de establecimientos públicos, amotinamiento policial, caos prefabricado y quiebre institucional. En este caso con la intervención directa de la OEA y la complicidad cipaya de sus aliados regionales (Macri en el podio), la necesaria demonización ejercida por los medios masivos de comunicación y una planificada estocada final por parte de los mandos militares. Es lo que el compañero Raúl Castro denomina “formas de guerra no convencional”, pergeñadas, dirigidas y asistidas en su logística por el imperialismo norteamericano.
Bolivia es dueña de una de las reservas de gas más importantes del planeta, y de la reserva de litio más grande del globo, ubicada en el extenso depósito sobre el que se asienta el Salar de Uyuni. Recursos estratégicos de enorme relevancia en el mundo actual, como los que también poseen la Argentina, Brasil y la República Bolivariana de Venezuela. Una de las primeras medidas adoptadas por Evo fue la nacionalización de los hidrocarburos y la industrialización de esos recursos en beneficio de las grandes mayorías. Sin esa decisión, sería imposible explicar el inédito crecimiento económico con redistribución del ingreso experimentado en la nación andina durante la última década. Es esta una de las respuestas que permiten entender la asonada impulsada por los yanquis. Con el “indio” en el gobierno esas fuentes de desarrollo estuvieron blindadas frente a la maquinaria depredadora del imperialismo.
El otro factor determinante es el contexto de disputa geopolítica más general, fundamentalmente entre la República Popular China y los Estados Unidos, donde la contradicción principal se da entre la pretendida hegemonía unipolar del neoliberalismo y la tendencia a la multipolaridad. En América Latina esta agudización de la lucha de clases va alcanzando grados novedosos. La llegada al gobierno de López Obrador en México, la victoria de Alberto y Cristina en nuestro país, la crisis desatada en Ecuador y Chile (donde cruje el modelo de dependencia, saqueo y endeudamiento) y la reciente liberación del compañero Lula en Brasil abrió un nuevo escenario en nuestra región, con la posibilidad de modificar la correlación de fuerzas y comenzar a revertir el retroceso producido en la última etapa. Los yanquis no iban a permanecer quietos mientras pierden posiciones y respondieron con virulencia. Las cosas están en movimiento, las masas indígenas y campesinas están en la calle, y Evo (el líder popular más importante de la historia de Bolivia) salvó su vida, requisito fundamental para dirigir la lucha que permita reestablecer el orden democrático, recuperar el gobierno y el proceso de cambio.
Circulan por estas horas unas extraordinarias palabras del compañero Álvaro García Linera, pronunciadas en 2016, cuando se nos anunciaba que el ciclo liberador había concluido. Sus conceptos hablan por sí solos: “Tocan tiempos difíciles, pero para un revolucionario los tiempos difíciles son su aire. De eso vivimos, de los tiempos difíciles, de eso nos alimentamos, de los tiempos difíciles. ¿Acaso no venimos de abajo, acaso no somos los perseguidos, los torturados, los marginados, de los tiempos neoliberales? La década de oro del continente no ha sido gratis. Ha sido la lucha de ustedes, desde abajo, desde los sindicatos, desde la universidad, de los barrios, la que ha dado lugar al ciclo revolucionario. No ha caído del cielo esta primera oleada. Traemos en el cuerpo las huellas y las heridas de luchas de los años 80 y 90. Y si hoy provisionalmente, temporalmente, tenemos que volver a esas luchas de los 80, de los 90, de los 2000, bienvenido. Para eso es un revolucionario. Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino.”