Por Rodolfo G. Módena

El ojo del huracán se inició, aun misteriosamente, en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei, República Popular China, en diciembre de 2019. Se desplazaría primero al resto de China y a diversos países asiáticos, luego a Europa y América, globalización mediante.

No vamos a detenernos en teorías conspirativas sobre el origen del COVID19, que las hay, y han sido bastante difundidas en las redes sociales. Entre tanto, mantengámoslas como hipótesis a seguir barajando cuando pase la pandemia.

Lo cierto es que, como en toda circunstancia de la vida social se manifiesta, abierta o veladamente, la lucha de clases.

Hace ya muchos años, el último Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mihail Gorbachov, planteó que había que anteponer los “valores humanos universales” por sobre la lucha de clases: la barbaridad más grande posible en boca de un supuesto marxista que condujo a la URSS a su catastrófica desintegración, empezando por destruir su viga de sustentación: el Partido Comunista.

Marx y Engels eran demócratas humanistas antes de ser marxistas. El marxismo contiene al humanismo y a la democracia en su ADN, pero lo despoja de su interpretación idealista poniéndolo con los pies sobre la tierra de las injusticias sociales del sistema capitalista, y la consecuente y objetiva lucha de clases.

La lucha de clases habita en la pandemia cuando los formadores de precios de los productos de primera necesidad aprovechan para subirlos a expensas del pueblo trabajador, cuando monopolios como Techint despiden trabajadores en medio de la crisis, cuando los grandes productores y exportadores agropecuarios -impedidos de exportar- acopian su producción para no deprimir su precio, cuando Farmacity acapara cantidades del alcohol en gel en sus depósitos, cuando muchos irresponsables o personas de peor calificación que vuelven de vacacionar en lujosos cruceros, violan la cuarentena poniendo en peligro a sus no tan semejantes, o cuando un burgués inescrupuloso lleva escondida a su empleada doméstica en su automóvil de alta gama.

Así se manifiesta, descarnada, la lucha de clases en el plano económico, estructural, de base.

Y también se expresa en el plano político cuando un presidente como Alberto Fernández, comprometido con la vida y la salud de su pueblo, fuera interpelado por su impresentable antecesor neoliberal preocupado por el mercado y las ganancias empresariales.

La lucha de clases, asimismo, vuelve a estar a la orden del día en el plano político e ideológico internacional. Basta con ver y escuchar las bestialidades de Donald Trump, Boris Johnson y Jair Bolsonaro, y cotejarlas con sus resultados, para reafirmar que, con el imperialismo y el neoliberalismo, el humanismo burgués de la Revolución Francesa y el siglo XIX, quedó sepultado definitivamente. Y que el capital no reconoce “valores humanos universales” sino tan solo mercancías y tasas de ganancia.

Basta con ver como se superó la crisis en China y como se descontroló en Europa y los Estados Unidos. Basta con ver la solidaridad internacionalista de las brigadas de médicos y enfermeros revolucionarios cubanos y chinos esparciendo su humanismo proletario, inescindible de la lucha de clases.

Ahí tenemos el ejemplo de Cuba, su desarrollo avanzado de la biotecnología, sus ciencias médicas, su Interferón alfa-2B y sus profesionales de la salud encarnando los valores del Comandante Ernesto “Che” Guevara. Ahí tenemos a la República Popular China y su portentoso desarrollo socialista. Y acá estamos los argentinos y latinoamericanos para emular, sin copiar, sus ejemplos revolucionarios. Y, en contraste, ahí tenemos a decenas de miles de efectivos militares norteamericanos desplegando en Europa, en plana pandemia, para reforzar el poder agresivo de la OTAN.

Se especula por estos días si habrá un antes y un después de esta pandemia. Siempre hay un antes y un después de cada cosa. Dependerá, como siempre, de la lucha de clases y la batalla de ideas que nos dejó como legado el Comandante en Jefe Fidel Castro y los millones y millones de revolucionarios de las generaciones que nos precedieron.