Por Rodolfo G. Módena

Este 22 de abril se cumplieron 150 años del nacimiento de Vladimir Ilich Uliánov, o universal y simplemente Lenin.

Con él, el pensamiento de Carlos Marx y Federico Engels alcanzaría las cumbres del Everest, del Kilimanjaro y del Aconcagua, más allá de las del Mont Blanc europeo y del Elbrus en el Cáucaso; y desde allí, un horizonte abierto al desarrollo revolucionario particular de todos los pueblos del mundo.

Siempre se ha falseado, intencionalmente o no, la frase más repetida del Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels. Se suele decir, en la mayoría de los casos: “¡Proletarios del mundo, uníos!”. Muy bien, nos suena hermosa la mala traducción. En verdad, el Manifiesto dice: “Proletarios de todos los países, uníos!”. En este caso, parece lo mismo, pero no es igual. Y no es lo mismo porque una cosa es el internacionalismo proletario que expresa la formulación verdadera y otra cosa es la que encierra, acaso sin querer, y en el mejor de los casos, el cosmopolitismo propio del humanismo burgués, que veía al mundo entero con los ojos culturales de la Europa y la Norteamérica imperialistas.

Veamos que también se le llama “Manifiesto Comunista” al Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels. Suponiendo que no existe mala intención, dicha formulación popularizada de la obra más leída de la Historia, esconde la negación del concepto de Partido, cuestión que los fundadores del socialismo científico tenían presente como necesidad al escribirlo, y que Lenin desarrollaría a fondo con su Teoría del Partido.

Pero Lenin, además sería, entre los discípulos de Marx y Engels, quien mejor interpretaría “el alma viva” de su obra: la dialéctica, y particularmente el Tercer Tomo de El Capital, en el que los maestros desentrañaban las leyes del desarrollo del capitalismo en curso hacia el imperialismo. Y Lenin, contra la pedantería “marxista” de los más notables académicos socialistas de la época, vino a poner las cosas en concordancia con la nueva etapa. Desarrolló la Teoría del Imperialismo y las tareas de la clase obrera y los pueblos de todo el mundo. Y reformuló la histórica consigna del Manifiesto: “¡Proletarios y pueblos oprimidos de todos los países, uníos!”.

Con Lenin y la Revolución de Octubre que él condujo a la victoria, el marxismo, que hasta entonces se extendía por Europa, la costa Este de los Estados Unidos, Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile, se expandió desde México a Centroamérica y el Caribe, desde Buenos Aires a la Patagonia, y atravesó la Amazonia y recorrió los Andes sudamericanos. Llegó a Ciudad del Cabo en Sudáfrica, al Medio Oriente árabe, turco y persa, y se multiplicó por el lejano oriente, por China, Vietnam, Corea, Japón y hasta la India y Nepal.

Con la guía del pensamiento de Lenin, con su Teoría del Estado y la Revolución, el proceso revolucionario de liberación nacional y social, en camino al socialismo, se hizo realmente mundial, abriéndose paso, con victorias y derrotas, con aciertos y errores, con sus peculiaridades nacionales, por todos los confines del mundo. Tal la universalidad de Lenin.

Aquí, su pensamiento fue encarnado en el Partido Comunista de la Argentina, fundamentalmente por Victorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi, y vuelto a rescatar cuando, tras el XVI Congreso, Jorge Pereyra planteó su proyecto para “La transformación leninista del Partido”, plasmado luego en la propia fundación y construcción de nuestro Partido Comunista Congreso Extraordinario.

El gran dirigente comunista uruguayo Rodney Arismendi sintetizaba en su libro “Lenin, la revolución y América Latina”: “Lenin tiene 47 años (1917); le quedarán de vida otros siete, colmados por un trabajo titánico: echar los cimientos de nuestra época, el tiempo de la victoria internacional del socialismo. Se debe, para ello: salvaguardar la revolución triunfadora; vencer en la guerra civil; concebir concretamente, entre las ruinas y el atraso, las rutas inéditas de la construcción socialista; fundar y dirigir la Internacional Comunista; pensar la estrategia y la táctica de la revolución socialista internacional, incluida la presencia infaltable de la insurgencia de los pueblos coloniales y dependientes; establecer las correlaciones dialécticas entre la paz y la revolución en un mundo escindido por sistemas sociales antagónicos, mortalmente enemigos; ser Jefe del Partido -del más aguerrido Partido del proletariado, imagen inspiradora para todos los partidos obreros del mundo- lo que supone encabezar un colectivo de dirección unificado por los principios marxistas, pero forjado en caliente como un metal, por la lucha ideológica, la disciplina consciente y la exigencia de la responsabilidad individual”.

Por su parte, Fidel Castro, el más grande heredero de Lenin, el que hizo lo que Lenin en las barbas del imperio, desde nuestras tierras latinoamericanas habría de decir con vehemencia: “Cuando se haga una evaluación superior de las personalidades de la historia, Lenin, junto con Marx, descollarán entre los hombres, los pensamientos, las inteligencias, las conductas que mayor trascendencia habrán tenido en la historia de la humanidad”.