Cuando asumió Alberto Fernández, la deuda contraída por Cambiemos era insostenible. El propio Fondo Monetario Internacional lo señaló en febrero de este año al considerar que los acreedores privados debían hacer una “contribución apreciable”.

El ministro Guzmán resumió la actual propuesta de Argentina: un período de gracia de tres años, al cabo del cual se pagaría un cupón inicial de 0,5% (y 2,33% de promedio a lo largo del lapso de repago), una quita nominal de 5,4% del stock de capital (USD 3.700 millones) y una reducción de USD 37.900 millones (equivalente a 62%) en los intereses. El gobierno nacional asumió el compromiso de no “pagar la deuda sobre el hambre y la sed de los argentinos”, como en la reestructuración de 2005. Pero con un escenario distinto. A nivel internacional, una crisis económica de la cual todavía no se sabe cuáles serán sus consecuencias, se enfrenta al derrumbe de precios de commodities, bonos y comercio. A nivel local, tras años de caída en la producción, el salario, empleo, sumado al nuevo parate producto de la pandemia, crece la arremetida contra el gobierno por parte de los sectores económicos más poderosos.

La reestructuración de la deuda suma un fuerte punto de tensión. En estos días, hemos visto como los sospechosos de siempre han acudido a la timba para presionar sobre el precio del dólar. Los bancos privados y grandes empresas han utilizado la liquidez que el gobierno ha inyectado para sortear la emergencia especulando y fugando capitales a través de las operaciones con los tipos de cambio no regulados: operaciones en MEP (mercado electrónico de pagos) o contado con liqui, como se lo conoce popularmente. Paralelamente, desde los medios de comunicación y el ejército de trolls que invade las redes, bajo el lema de terminar con la cuarentena porque “¡NO SE AGUANTA MÁS!”, lo que intentan es obstaculizar las medidas tomadas y las que se proyectan. Los mismos sectores que resisten el impuesto a la riqueza son los que reclaman que el gobierno mejore la oferta presentada a los acreedores privados, porque mediante los fondos de inversión una parte sustancial de esa deuda los tiene como beneficiarios.

Desde la crisis del 2008, los Fondos de Inversión dominan el mercado dedicado al manejo de carteras de inversión de empresas y de grandes fortunas individuales, que se dedican a comprar acciones o bonos de deuda soberana para sus clientes. Esos poderosos fondos desembarcaron en la City porteña de la mano de quien fuera ministro de Finanzas y presidente del Banco Central, Luis Caputo, el amigo de Mauricio Macri. El Toto atrajo a esos fondos altamente especulativos con el deslumbrante retorno de 7,9 % anual por un bono de 100 años. Así como el FMI es corresponsable del desastre de la deuda, lo son también los Fondos.

Los grandes fondos que compraron bonos antes de 2018 esperaban cobrar tasas cercanas al 8 por ciento durante los próximos años, con la reestructuración perderán 3 de cada 4 dólares que esperaban recibir en intereses. Existe una reducción importante, sin embargo, esto no significa que salgan perdiendo. Si estos fondos hubieran invertido en bonos de países de la región como Chile el rendimiento sería de alrededor del 2% anual y la ganancia total al vencer los bonos no sería muy distinta a la que ofrece el gobierno argentino. Con esto queda claro que Argentina no está dispuesta a pagar por encima de lo que paga el mundo para financiarse.

Ante la crisis y la terrible coyuntura se necesita de todos los recursos para las políticas públicas que hagan frente a la pandemia, para no aumentar la vulnerabilidad de grandes sectores de la sociedad empobrecida y precarizada durante los años de macrismo, para mantener la endeble estructura productiva y para poder planificar la recuperación en las difíciles condiciones locales e internacionales en las que nos encontramos. La disyuntiva, entonces, es la de asegurarle lucros extraordinarios (que consiguieron gracias a negocios obscuros con Macri y sus mesadineristas) a los dueños del capital, o la supervivencia y la salud pública la población. Ese es el sacrificio que piden los ricos para no poner un mango o no perder unos puntos de usura. Todos los días en la televisión te piden que ofrezcas a tus abuelos, a tu vieja o tu padre en el sagrado altar de las finanzas para que las acciones no se desmoronen unos puntos más. Cómo no van a jugar con los precios y pisar el acelerador del dólar si con eso se aseguran una mejor negociación.