Por Rodolfo G. Módena
Belgrano murió en Buenos Aires el 20 de junio de 1820, a sus cincuenta de edad y de lucha revolucionaria.
Abogado, economista, periodista, diplomático, político y militar revolucionario a fuerza de la necesidad y de sus convicciones patrióticas, Manuel Belgrano nació en Buenos Aires un 3 de junio de 1770, hace 250 años.
Su padre, Doménico Belgrano, era un próspero comerciante de origen italiano afincado en Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de La Plata, a mediados del siglo XVIII.
Como tantos otros hijos y entenados de la burguesía naciente en estos lares, tanto él como sus futuros camaradas recibieron una educación de excelencia, así en Europa o en Chuquisaca. Fueron la generación fundante de nuestra nacionalidad, cuando la burguesía aún era revolucionaria frente al colonialismo feudal español que oprimía el desarrollo de las fuerzas productivas y de la libertad misma de nuestro pueblo, en doloroso y heroico proceso de parto nacional.
Belgrano, como su primo Castelli, como Mariano Moreno, French, Monteagudo, Vieytes, Berutti, los hermanos Rodríguez Peña, Paso y el sacerdote Manuel Alberti, entre otros, fueron los emergentes de esa generación revolucionaria que sembró la semilla de nuestra nacionalidad.
Era 1810 y Manuel Belgrano, el mismo que poco antes había combatido contra las invasiones inglesas, que antes había estudiado en Salamanca para traernos ideas forjadoras de una posible sociedad mejor, fue uno de los principales gestores de la Revolución de Mayo. Un Padre de la Patria.
Y como todos sabemos, el abogado se hizo militar por compromiso moral y carnal con la Revolución necesaria de su tiempo. Por la Patria que estaba contribuyendo a parir con sus ideas, su sudor, sus lágrimas y su vida misma.
Y marchó de Buenos Aires a la Campaña del Paraguay. Mariano Moreno era derrotado por la Junta Grande y moría envenenado en altamar a comienzos de 1811. Juan José Castelli y Antonio González Balcarce vencían en Suipacha y liberaban Potosí, pero serían derrotados en Huaqui.
Belgrano iría a relevarlos al frente del Ejército del Norte o Ejército Auxiliar del Perú. Pero en Rosario, el 27 de febrero de 1812, hizo jurar nuestra bandera: “Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, mándela hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la Escarapela Nacional. Espero que sea de la aprobación de V.E. Manuel Belgrano. Oficio al Primer Triunvirato”. Y el Primer Triunvirato lo desautorizó. Y Castelli moría en Buenos Aires, siendo juzgado en vano por los miserables de siempre.
San Martín estaba lejos, pero vino ponto. Si consideramos los tiempos de las comunicaciones y los viajes de entonces, San Martín llegó enseguida a sumarse al grito revolucionario de guerra de la Patria naciente. Fue el 9 de marzo de 1812. Y en pocos meses organizó el Regimiento de Granaderos a Caballo que tendría su victorioso bautismo de fuego en la Batalla de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813.
San Martín derrocó al Primer Triunvirato, ese que había desautorizado a Belgrano y su bandera nuestra, y forzó la Asamblea del Año XIII. Y marchó al encuentro de Belgrano.
Pero antes del encuentro, Belgrano le escribía a San Martín en la Navidad de 1813: “Mi corazón toma un nuevo aliento cada instante que pienso que usted se me acerca, porque estoy firmemente persuadido de que, con usted, se salvará la patria y podrá el ejército tomar un diferente aspecto… Espero en usted un compañero que me ilustre, que me ayude y quien conozca en mí la sencillez de mi trato y la pureza de mis intenciones, que Dios sabe no se dirigen ni se han dirigido más que al bien general de la Patria y sacar a nuestros paisanos de la esclavitud”.
San Martín no solo iba a relevarlo del mando del Ejército del Norte, sino que llevaba orden secreta de detenerlo y enviarlo a Buenos Aires para ser juzgado por sus derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, como poco antes habían hecho con Castelli tras su derrota en Huaqui. San Martín no cumplió la orden, como Belgrano no había cumplido la de replegarse a Córdoba y dio batalla victoriosa en Tucumán y en Salta tras el Éxodo Jujeño.
Su encuentro en la Posta de Yatasto en enero de 1814, así como su correspondencia, son testimonios conmovedores de dos de nuestros grandes Padres de la Patria.
Belgrano volvió a Buenos Aires a ser juzgado por propia voluntad y sería absuelto a regañadientes por la burguesía ya claudicante ante el imperialismo británico. San Martín marchaba a Mendoza a forjar el Ejército de Los Andes. Nunca se volvieron a ver en persona. Pero tuvieron mucho que seguir viendo y sintonizando juntos, a la distancia, para forzar la Declaración de la Independencia, en el Congreso de Tucumán, el 9 de julio 1816.
Poco antes, en carta a Godoy Cruz, del 12 de marzo de 1816, San Martín decía: “Yo me decido por Belgrano: éste es el más metódico de los que conozco en nuestra América, lleno de integridad, y talento natural: no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia pero créame usted que es lo mejor que tenemos en la América del Sur”.
Belgrano murió en Buenos Aires el 20 de junio de 1820, hace 200 años, a sus cincuenta de edad y de lucha revolucionara en el campo de las ideas más avanzadas de su tiempo y de las armas obligadas de la Patria.
Así fue y así sigue siendo nuestra visión revolucionaria de la historia nacional y popular argentina. Por eso, y por él, seguimos en la misma senda de la Revolución inconclusa por la que dio su vida.