Por Rodolfo G. Módena

Un 25 de junio de 1912 se reunieron en la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos de Alcorta, unos dos mil chacareros de la zona sur de la Provincia de Santa Fe. Allí se escuchó una voz decir: “No hemos podido pagar nuestras deudas y el comercio, salvo algunas honrosas excepciones, nos niega la libreta. Seguimos ilusionados con una buena cosecha y ella ha llegado, pero continuamos en la miseria. Esto no puede continuar así. Los propietarios se muestran reacios a considerar nuestras reclamaciones y demandas. Pero si hoy sonríen por nuestra protesta, puede que mañana se pongan serios cuando comprendan que la huelga es una realidad”.

De ayer a hoy, hay un hilo conductor imprescindible para enhebrar nuestra conciencia histórica nacional y popular respecto de la cuestión agraria argentina, o de la cuestión de “el campo”, si se prefiere.

Allá por 1912, los pequeños y medianos campesinos santafesinos lanzaron un grito que se extendió a las provincias de Entre Ríos, Córdoba, Buenos Aires y La Pampa. Era el grito de rebeldía contra la expoliación oligárquica a la que eran sometidos los auténticos trabajadores de la tierra, el verdadero campo obrero y campesino argentino.

“¡Lo que va de ayer a hoy!”. Es algo que solemos decir siempre, como nuestros padres y abuelos, cuando queremos reflexionar sobre el devenir de las cosas de la historia.

Allá por 1912, con aquel “Grito de Alcorta”, nacía la Federación Agraria Argentina, esa a la que reivindicamos desde lo más hondo de nuestra identidad popular y nacional. Nacida para reivindicar a los genuinos campesinos contra la tradición oligárquica y genocida de la Sociedad Rural.

Todo lo contrario de lo que vivimos en 2008 con “la crisis del campo” contra Cristina, cuando tanto la Federación Agraria como Coninagro, deshonrando sus orígenes, sirvieron de furgón de cola y fuerza de choque de la nefasta Sociedad Rural y los modernos pooles de siembra capitalistas. Todo lo contrario de lo que vivimos hoy, cuando muchos imbéciles vuelven a salir a confrontar con o por lo que ni siquiera saben, ni entienden, ni mucho menos poseen.

El odio está inoculado por los medios hegemónicos, el odio y el miedo de la derecha, de la oligarquía que teme, por sobre todas las cosas, perder sus privilegios ancestrales. Un liberal con miedo se transforma en fascista. Un oligarca asustado se vuelve nazi. Pero un estúpido sigue siendo estúpido, a pesar de sí mismo.

En eso estamos con la “cuestión Vicentín”. Una empresa que mamó de la teta del Estado, que evadió, se endeudó, fugó capitales, defraudó al país, y quiere presentarse como víctima de esta película recurrente y vergonzosa a la que nos tienen acostumbrados los que llevan dos siglos de ganancias a expensas de esclavos negros, de indios y gauchos masacrados, de campesinos inmigrantes expoliados, de hermanos argentinos y latinoamericanos explotados como si fueran bestias en sus plantaciones de ayer y en sus empresas líderes del agronegocio de hoy.

“Lo que va de ayer a hoy!”. Cuando un gobierno democrático, nacional, popular, se hace cargo de la salud de nuestro pueblo como ningún otro vecino de Brasil, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador o Colombia. Cuando los resultados objetivos de políticas sanitarias y públicas en general están a la vista de todo mortal con más de dos dedos de frente y un poco de honestidad. Cuando se está debatiendo el curso de la historia misma. Los comunistas argentinos reivindicamos aquel “Grito de Alcorta”, aquel parto combativo y antioligárquico de la Federación Agraria Argentina que supo tener en su vanguardia de otrora a muchos destacados camaradas nuestros.

Y así, por lo mismo, reivindicamos la decisión del gobierno nacional de intervenir y controlar a esa empresa pirata, para convertirla en un resorte estratégico de nuestra soberanía alimentaria y testigo fiel del comercio exterior de granos, cereales y oleaginosas.

Y así, por lo mismo, seguimos persuadidos de la necesidad de avanzar más aún, sobre todos los rubros económicos estratégicos que hacen a la soberanía nacional. Le pese a quien le pese, el fiel de la balanza inclinándose del lado de los pueblos.