Por Rodolfo G. Módena

Todos los argentinos sabemos perfectamente que el 9 de Julio se celebra el Día de la Independencia de nuestra Patria, aunque no todos interpretamos su sentido de la misma manera. Y esto no es ninguna novedad. No es de ahora, ni mucho menos. Es algo que nos viene desde los albores mismos de nuestra nacionalidad, y tampoco es exclusivo de la nuestra.

Desde el fondo de la historia humana y gran parte de la prehistoria misma, desde que la producción social comenzó a superar las necesidades básicas de subsistencia y a rendir excedentes, desde que algunos se apropiaron de esos excedentes y de más también, desde que pasaron a explotar, enajenar y oprimir a las mayorías populares, la Humanidad transita la historia de la lucha de clases.

Ora de manera evidente y directa, ora de manera velada o subrepticia; unas veces de manera romántica o heroica, otras de las formas más miserables; unas a través de guerras y violencias atroces, otras “civilizadas” y engañosas, la lucha de clases atraviesa todas las manifestaciones globales y nacionales de la vida de las sociedades de todas las épocas y latitudes, como bien nos lo enseñaron Marx y Engels, los dos grandes genios alemanes y universales.

Dicho esto es que, lo que decimos en el párrafo inicial encuentra su propia explicación: siempre hay contradicciones de intereses económicos, acciones políticas y visiones ideológicas que los expresan y, a la vez, los sustentan de los más diversos modos.

En los más de doscientos años de nuestra historia nacional podemos encontrar infinidad de ejemplos, pero vamos a concentrarnos, específicamente, tratando de ubicarnos en el 9 de julio de 1816 y en el de este año 2020, solo en algunas consideraciones puntuales, ilustrativas al respecto.

Pensemos que la Declaración de la Independencia demoró más de seis años desde la Revolución de Mayo de 1810. Esto tuvo que ver con que no todos pensaban lo mismo entonces, como ahora. Los auténticos patriotas y revolucionarios de entonces tuvieron que lidiar con fuerzas conservadoras de sus privilegios de clase que solo querían cambiar algo, pero para que no cambiara nada su condición, salvo en lo que tuviera que ver con mejorar sus negocios.

Es sabido cómo Manuel Belgrano tuvo que enfrentar la resistencia, el egoísmo y la intriga de los oligarcas de las provincias norteñas cuando se trataba de contribuir a la causa independentista y pertrechar al Ejército Auxiliar del Alto Perú. O cómo tuvo que lidiar San Martín en Cuyo cuando forjaba en Ejército de los Andes y decía: “Los ricos y los terratenientes se niegan a luchar. No quieren mandar a sus hijos a la batalla. Me dicen que enviarán a tres sirvientes por cada hijo, solo para no tener que pagar las multas. Que a ellos no les importa seguir siendo una colonia. Sus hijos quedan en sus casas, gordos y cómodos… Un día se sabrá que nuestra patria fue liberada por los pobres, y los hijos de los pobres, nuestros indios y los negros, que ya no volverán a ser esclavos de nadie.”

Ambos fueron los principales protagonistas de la Declaración de la Independencia. Belgrano desde el mismo Congreso de Tucumán y San Martín desde Mendoza exigiendo determinación patriótica a la hora de iniciar su grandiosa gesta militar libertadora. Ellos ni llegaron a conocer el pensamiento de Marx y Engels, pero lo vivieron objetivamente en su consecuente práctica revolucionaria.

En este nuevo 9 de Julio las circunstancias son otras muy distintas a las de hace doscientos cuatro años, pero siguen manifestándose, como rémoras de una revolución interrumpida y aún inconclusa, las mismas contradicciones de clase y de base irresueltas.

Hoy, además de tener que enfrentar las consecuencias desastrosas del ciclo neoliberal macrista sobre nuestra economía nacional y el escandaloso endeudamiento externo que nos dejó a su paso, nos sobrevino la pandemia y todas sus secuelas. Y en el medio de esto nos aparece el caso Vicentín para refrescarnos la memoria y tomar las decisiones patrióticas necesarias.

Ante esto, mientras un gobierno democrático, nacional y popular, que privilegia la vida y la salud de su pueblo por sobre los negocios y el egoísmo oligárquico, toma cartas en el asunto e intenta tomar las riendas de un resorte estratégico de la economía y la soberanía nacional como es el comercio exterior de granos, saltan los chacales de siempre a la yugular de la democracia y de la Patria misma. Lo hacen inoculando el veneno de su odio de clase en parte de la sociedad que nada tiene que ver con sus intereses, pero compra, inconscientemente o por arraigados prejuicios, la ideología y el discurso de los herederos de aquellos mismos a los que tuvieron que enfrentar los padres de la Patria en nuestra Guerra de la Independencia.

Belgrano dijo: “Que no se oiga ya que los ricos devoran a los pobres, y que la justicia es sólo para aquellos”. Ese día habrá de llegar tarde o temprano. Entonces, resonará nuevamente el viejo refrán popular que reza que “a cada chancho le llega su San Martín”.