Sucedieron, hace 75 años, el 6 y el 9 de agosto de 1945, respectivamente. Fueron los bombardeos atómicos norteamericanos sobre las indefensas ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Los primeros, abominables y únicos de la historia universal.

Cínicos en sus códigos de guerra, como en todas las esferas, los imperialistas yanquis bautizaron a sus bombas como “Litle boy” y “Fat man”. Centenares de miles de muertos al instante, millones al corto, mediano y largo plazo. Los números no cuentan, pero las personas sí.

Sabemos que las guerras son compendios de maldades y no nos hacemos los distraídos al respecto. Los comunistas nacimos al mundo luchando contra la guerra y haciéndole la guerra a la guerra. Puede parecer un contrasentido para quien no lo quiera entender, pero ha sido la constante dialéctica que hizo revoluciones, derrotó al nazi-fascismo y le puso freno al expansionismo genocida del imperialismo.

Todos sabemos que la guerra tiene ciertos códigos, y también que no siempre se respetan porque “la guerra es la guerra”, diría un fascista para justificar su barbarie. Pero los Estados Unidos rompieron todos los códigos imaginables y detestables de la guerra. Lanzaron dos bombas nucleares sobre dos ciudades indefensas, cuando el “Imperio del Sol Naciente” y el militarismo nazi-fascista del Japón ya estaba prácticamente derrotado.

Fue con aquel genocidio con el que los Estados Unidos iniciaron la Guerra Fría. Ya habían ganado la Guerra del Pacífico, la Unión Soviética había derrotado a Hitler en la más heroica de las batallas de la Historia por su frente occidental y avanzaba contra Japón por el oriente. El Ejército Rojo soviético, junto al Ejército Rojo chino y las guerrillas comunistas de Kim Il Sun, liberaban Manchuria y Corea.

Las bombas lanzadas contra Japón fueron, en realidad, contra el mundo entero. Para demostrar la fuerza del hegemón norteamericano, amenazar y chantajear a todos los pueblos que luchaban por su liberación nacional y social, al socialismo soviético en particular y a toda la Humanidad en general.

Imaginemos, por un momento nomás, si los soviéticos hubieran lanzado una bomba atómica infinitamente menor a las de Hiroshima y Nagasaki. ¿Cuántas toneladas de tinta, papel, celuloides o publicaciones de internet de toda plataforma estarían condenando semejante atrocidad?

Gracias a Marx, Engels y Lenin pudimos comprender las razones del conflicto. Gracias a Einstein y a los comunistas chinos aprendemos algo de la relatividad del tiempo.

Si bien la ignorancia bien puede resultar un consuelo de tontos, no hay cosa más terrible que la muerte para el hombre, que no tener conciencia de clase y/o perder la memoria.

Hiroshima y Nagasaki: ¡Ni olvido, ni perdón!

R.G.M.