El 9 de agosto se realizaron elecciones presidenciales en Bielorrusia con un resultado contundente en favor del pueblo: el 80,10% de los votos para el actual presidente, Alexander Lukashenko, contra el 10,12% de la candidata neoliberal y pro imperialista, Svetlana Tijanovskaya. La victoria popular de Lukashenko y su movimiento Belaya Rus, en alianza con el Partido Comunista de Bielorrusia, está determinada por los notables éxitos económico-sociales alcanzados por el país en las últimas décadas. Este ejemplo regional de crecimiento e industrialización soberana es un problema para Estados Unidos y sus aliados. Además, Bielorrusia se encuentra en una zona estratégica entre Rusia y Europa, por donde pasa la mayor parte del gas consumido por el viejo continente.

Si bien no es nueva la injerencia imperialista en el país eslavo para convertirlo en un títere neocolonial, la actual situación internacional de pandemia y caída de las economías en el mundo fue aprovechada para intentar provocar un golpe de Estado. Estados Unidos y sus aliados quieren aplicar el libreto de las “revoluciones de colores”, en particular la aplicada en Ucrania en 2014, que terminó con un gobierno fascista neoliberal en Kiev y una cuasi guerra civil en el este del país. Con la excusa de un supuesto fraude electoral denunciado desde el extranjero, se impulsaron una seguidilla de manifestaciones violentas en Minsk, centro del Poder político de Bielorrusia, llamando a derrocar al gobierno. Los medios de comunicación occidentales informaron de forma exagerada sobre “movilizaciones masivas” antigubernamentales pero nada dijeron de las movilizaciones masivas en favor del gobierno y de la democracia. Tampoco informaron sobre el desplazamiento de tropas de la OTAN en las fronteras occidentales del país como forma de amenaza.

El imperialismo no perdona que bajo la presidencia de Lukashenko, luego del desastre provocado por la caída de la URSS, se consiguió recuperar la economía, el pleno empleo y acercarse a los niveles de igualdad social de la época soviética. Bielorrusia fue el único país ex soviético que mantuvo la producción rural y la mayor parte de la industria en manos del Estado. La diferencia con la vecina Ucrania es notable: mientras en 1991 el PIB per cápita de ambos países era similar, hoy el de Bielorrusia duplica al de Ucrania (USD 21.223 contra USD 10.310 en Paridad de Poder Adquisitivo).