COLOMBIA

El paro no cesa, tampoco la represión

A poco más de un mes, desde que el pueblo colombiano se volcó a las calles para rechazar las políticas neoliberales del presidente Iván Duque, aumenta la represión y persiste la resistencia popular.

 

El malestar social ante el gobierno neoliberal de Duque permaneció escondido hasta abril de este año. La emergencia de la COVID-19 apagó las movilizaciones del 2019-2020 y Duque creyó que podía tomarse un respiro. Pero la pandemia hundió aún más a los más castigados y la pobreza trepó hasta alcanzar al 42,5% de los 50 millones de habitantes, mientras que el desempleo está en alrededor del 20%. En ese contexto, el delfín de Uribe intentó pasar una reforma fiscal regresiva en el punto más álgido de la emergencia sanitaria y detonó el llamado al paro de las tres centrales sindicales y la federación de trabajadores de la educación; con esto se inició una serie de movilizaciones en amplias zonas del país.

El carácter multitudinario de la respuesta social obligó al gobierno a retirar su iniciativa de reforma fiscal y forzó la renuncia del ex ministro de Hacienda; pero en el mismo mes impulsó una reforma en materia de salud -también derrotada- con la cual se pretendía reforzar la entrega de los servicios médicos a grupos privados. El Comité Nacional del Paro (conformado por las centrales de trabajadores, organizaciones indígenas, campesinas, de estudiantes, pensionados, organizaciones sociales y políticas) exige que el presidente reconozca los abusos de la fuerza pública durante las protestas y tiene un pliego de reivindicaciones que se viene macerando desde hace décadas: mejoras en salud y educación, seguridad en las regiones más violentas del país y la creación de una renta básica.

La reforma tributaria implicaba gravar con el IVA una cantidad de insumos de la canasta básica y servicios. Además, ampliaba el universo de asalariados que tributaría el impuesto a las ganancias. Por etapas terminaría llegando a quienes ganan el equivalente a un salario mínimo y medio. Para quienes habían integrado las manifestaciones, la reforma que el presidente había presentado al Congreso se traducía como la forma de cubrir el déficit del presupuesto con la baja del sueldo y el aumento del costo de vida. El paro se cumplió en lugares donde nunca se protestaba, porque la recesión llegó hasta las clases medias (la diferencia entre la clase media y baja es de un salario mínimo) y estas se plegaron para resistir. Una de las economías latinoamericanas que históricamente se presentaron como modelo de éxito hoy ve que sus bonos son clasificados como basura, tiene la moneda más depreciada de Latinoamérica, y no faltan quienes piensan que el default está a la vuelta de la esquina.

No obstante, desde tiempo atrás la legitimidad de Duque se haya cuestionada. En diciembre de 2019 ya enfrentaba una desaprobación de 70 por ciento; en la actualidad el rechazo a su gestión ha saltado hasta 76 por ciento, con 79 por ciento durante las dos primeras semanas de protestas. Uribe sin banca, al borde de una pelea judicial que puede mandarlo detrás de las rejas, y con las elecciones generales de 2022 a la vista, profundiza la polarización y la represión. La respuesta del gobierno es la de militarizar la protesta social y darle un tratamiento de guerra. Los medios masivos se encargan de estigmatizar a los manifestantes y el gobierno ha plantado varios fantasmas conocidos, la intervención extranjera de Rusia, la guerrilla, etc. Por decreto, Duque militarizó a ocho departamentos y a 12 ciudades. El gobierno de Biden, por su parte, anunció que incrementará la ayuda militar en Colombia, es decir, brinda su apoyo a la represión y a lo que podría ser un intento de autogolpe de la derecha. Los intereses de EE.UU. en Colombia y en el Cono Sur están atados a la defensa de Uribe y de Duque.

La brutal represión desatada ha dejado más de 60 muertos, un número indeterminado de heridos y centenares de desaparecidos. A pesar de esto, el hartazgo social es tan intenso que las embestidas de las fuerzas de seguridad y los parapoliciales no han hecho sino reafirmar la convicción de los manifestantes que se mantienen sin descanso en las calles, con movilizaciones y cortes en las principales ciudades.