Ucrania, imperialismo y multipolaridad

No se trata de la guerra de Rusia contra Ucrania: Estados Unidos y la OTAN fueron convirtiendo a Ucrania en un teatro de operaciones contra la Federación Rusa y la República Popular China. Ellas juntas son la esperanza de los pueblos en la construcción de un mundo multipolar frente al neoliberalismo. 

Una referencia indispensable para entender la película es la agresión de la OTAN a Yugoslavia en 1999, que culminó con su destrucción como exitoso Estado multinacional. Fue el primer paso hacia el “nuevo orden mundial”, seguido por los desastres humanitarios de Irak, Libia, Afganistán y los intentos infructuosos para liquidar a Siria y su rol en Oriente Medio. 

Es imprescindible observar el recorrido de la OTAN. Como organización belicista con base en Malvinas y el Atlántico Sur, es la principal amenaza para pueblos y naciones. Tras la disolución de la URSS en 1991 y la extinción posterior del Tratado de Varsovia, no ha dejado de crecer tendiendo un cerco a la Federación Rusa con una red de bases militares desde los países bálticos hasta el Mar Negro.

Si bien Ucrania no integra formalmente la OTAN, está imbricada intensamente en el entramado del Estado, el gobierno, las FFAA y las fuerzas paramilitares fascistas. Motorizó y dirigió el golpe de Estado de 2014 denominado “Maidán”. Ese momento no fue un simple giro hacia Europa y Occidente: significó un vuelco reaccionario en toda la línea generando una guerra contra su propio pueblo (Dombass). Con vocación “atlantista” y fascista apuntó especialmente contra la población ruso parlante, pero también contra toda oposición política y social. Eso explica el referéndum popular que rechazando al Golpe se expidió por la inmediata incorporación de Crimea a la Federación Rusa, al igual que las decisiones populares que concluyeron en la conformación de las repúblicas populares del Donetsk y de Lugansk (RPD y RPL). Se militarizó el país con el suministro de armamento moderno y asimilación del alto mando de las FFAA.

En medio del Golpe se produjo el criminal Incendio de la Casa de los Sindicatos en Odessa con 42 muertos y 250 heridos. Luego fue el despliegue de batallones punitivos fascistas en paralelo al despliegue de tropas regulares, para retomar el control de las ciudades de la RPD y la RPL. Muchos de sus integrantes provienen de grupos paramilitares nacionalistas y neonazis de larga data. El Batallón de Azov (cuyo símbolo es una Cruz Gamada estilizada) participó en numerosos crímenes de guerra contra la población civil durante los combates que se llevaron la vida de 15.000 personas en el Dombass a lo largo de los 8 años que van desde el zarpazo de 2014.

En esa saga van los asesinatos y secuestros de opositores y periodistas, así como la impunidad por los crímenes de guerra y la campaña de discriminación contra todo lo relacionado con Rusia. Cuando se habla de (des)militarización y (des)nacificación no son palabras vacías. Tampoco una referencia al pueblo ucraniano. Se trata de un entramado en el Estado, el gobierno, la oligarquía y sus socios externos.

Al permanente planteo de retrotraer las fronteras de la OTAN a 1997, la Federación Rusa y el presidente Putin reclamaron con insistencia la necesidad de atenerse al “Principio de indivisibilidad de la seguridad internacional” (ningún país puede reforzar su seguridad en detrimento de otros) para abordar colectivamente la seguridad europea. No fueron escuchados. En ese contexto el presidente Zelenski anunció la disposición al rearmado nuclear de su país. Lo único que falta es la instalación de sistemas misilísticos a 5-7 minutos de Moscú. Es ahí cuando Rusia avanza con el operativo militar especial apuntado a las posiciones militares del ejército ucraniano. Es necesario desenmascarar el accionar de las potencias imperialistas que esteriliza la diplomacia, dejando a la Federación Rusa en esta opción para evitar un conflicto nuclear de imponderables consecuencias.