POR BRASIL, POR AMÉRICA LATINA
¡Lula libre!
Brasil es un objetivo estratégico para el imperialismo. Por su PBI, su densidad poblacional y su extensión territorial (de inmensa riqueza en recursos naturales) el rol del país hermano resulta determinante en nuestro continente. Durante las presidencias de Lula y Dilma, Brasil llegó a ser la sexta economía del mundo, proceso que propició la inclusión de más de 30 millones de brasileros al trabajo y al consumo. En 2006 integró la nómina de los cuatro primeros países (junto a Rusia, India y China) fundadores del BRIC, locomotora de la multipolaridad, a la que luego se sumaría Sudáfrica. En América Latina, junto a la Argentina y la República Bolivariana de Venezuela, conformó un eje continental que hizo posible la Cumbre de Mar del Plata, la conformación de la UNASUR, y años más tarde de la CELAC, sin la participación de los Estados Unidos ni Canadá. También el MERCOSUR (como bloque subregional) adquirió un carácter antineoliberal. Eso no lo perdonan.
La contraofensiva del imperialismo en nuestra región concretó determinados objetivos, entre ellos los retrocesos políticos producidos en Brasil y en nuestro país. Pero indefectiblemente el neoliberalismo entra en crisis, se profundizan las luchas y las diversas formas de resistencia. Asistimos a una nueva fase de democracia restringida, de limitación de las libertades públicas y los derechos constitucionales, diferente a la que se impuso durante los años posteriores al anillo de dictaduras que ensangrentó a nuestro continente. Hoy los condicionamientos y los múltiples instrumentos coercitivos emanan del Poder Judicial y los monopolios multimediáticos, y desde allí moldean el sentido común para justificar la acción represiva en una escala superior. Buscan en particular aplastar cualquier liderazgo o alternativa política que pueda canalizar el descontento y ofrecer una salida política a la crisis económica y social vigente.
La prisión de Lula (cuyo trazado comienza en el “Mensalão”, luego en el golpe contra Dilma y finalmente en el “Lava Jato”) muestra la ruta pergeñada por los yanquis para torcer los destinos de la principal potencia latinoamericana. Mandan a un calabozo al líder político más importante de la historia del Brasil, lo proscriben y pretenden hacer creer que “no pasó nada”. Es en estas circunstancias adversas donde se pone a prueba el temple de los pueblos, su disposición a resistir y su decisión de no retroceder. Luego del cimbronazo inicial (y del inolvidable acto en las puertas del sindicato de metalúrgicos en São Bernardo do Campo) las organizaciones políticas, sociales y sindicales brasileras, los sin tierra, los sin techo, pusieron en marcha un plan de lucha orientado a defender la democracia y a liberar al ex presidente de las mazmorras del enemigo. En este proceso que indudablemente será de unidad y acumulación, emergerán las fuerzas necesarias para dar respuesta a esta encrucijada. Lo que sea, será en las calles.
También en las calles, pero de la Argentina, se movilizan los agredidos por las políticas de hambre y ajuste impulsadas por el gobierno nacional. Contra los tarifazos, la inflación, los sueldos de miseria y despidos masivos. Macri reacciona con aprietes, con detenciones arbitrarias e intervenciones judiciales (primero a los sindicatos, ahora al PJ). Respecto a esto último, es evidente el intento de división del espacio opositor, aunque a priori el efecto fue el contrario. Están dispuestos a avanzar contra la democracia para hacer prevalecer sus posiciones, y evitar que la bronca hoy mayoritaria se exprese en más conciencia, en más organización y en la construcción de un gran frente antineoliberal de cara al 2019. Para lograr estos objetivos necesitan sacar de la cancha a Cristina, la única que puede (no importa su grado de exposición) orientar a nuestro pueblo en la coyuntura actual, que es de resistencia, y en la forja de las formas organizativas que se requieren para enfrentar al neoliberalismo, derrotarlo y ofrecer una perspectiva liberadora para las grandes mayorías nacionales y populares.