BRASIL

Catástrofe y esperanza

Bolsonaro y su neoliberalismo no paran de perder popularidad ante la desastrosa gestión de la pandemia y de la economía. Sin embargo, con el compañero Lula en libertad, la situación política es promisoria.
 
 Mientras la crisis sanitaria se está convirtiendo en un verdadero infierno para el pueblo brasileño, la popularidad del presidente Jair Bolsonaro se encuentra en caída libre. Al desastroso manejo de la pandemia (a la que le restó importancia desde el primer día) ahora se le suma un horizonte oscuro para la economía, con un repunte preocupante de la desocupación y la inflación. Según datos oficiales, la inflación en alimentos creció un 20% interanual en febrero (un récord para Brasil) mientras que el desempleo se encuentra en torno al 15% y creciendo. Esto, pese a que Brasil nunca aplicó una cuarentena estricta y nacional.

Mientras tanto, el gigante sudamericano se encuentra inmerso en un repunte de casos positivos por COVID-19 que preocupa: rozó las tres mil muertes diarias en los últimos días (no hay país en todo el planeta con esa cantidad de muertos en un solo día) y se encuentra segundo en cantidad de casos después de Estados Unidos. De seguir este ritmo ascendente, el sistema sanitario a nivel nacional no podrá sostener la demanda de camas ni de oxígeno. Lo que sucedió en regiones como Manaos, en el Estado de Amazonas (donde murieron decenas de personas ante la falta de suministros y logística) podría generalizarse a todo el país. Tal fue el aumento de casos en esa región, que el COVID-19 mutó a una cepa varias veces más contagiosa que la que ya estaba circulando. Hay que recordar como la República Bolivariana de Venezuela, pese a sus choques con el gobierno de Bolsonaro, envió de forma solidaria a aquel Estado fronterizo un importante cargamento de oxígeno y 107 médicos del Colegio Latinoamericano de Medicina de Caracas. Esto lo hacía mientras Bolsonaro se reía de la situación y fomentaba el uso de dióxido de cloro.

Ante esta situación, las encuestas están siendo lapidarias frente una futura reelección del mandatario. Según la agencia Ipespe, publicada el 12 de marzo, el 45% de los brasileños calificó al gobierno de Bolsonaro como malo o muy malo, un aumento del 35% respecto a los últimos tres meses; mientras que la proporción de quienes lo consideran bueno o muy bueno cayó del 38% al 30% en el mismo lapso. A su vez, para el 63% de los encuestados la economía va por el mal camino y el 61% ve como mala o pésima la forma en que el gobierno enfrentó la pandemia.

Lula se lanza

En este contexto, el pasado 8 de marzo, un juez del Supremo Tribunal Federal (STF) consideró que el entonces juez Sergio Moro y su séquito no tenían competencia para juzgar y condenar al ex presidente Lula, por lo que las condenas fueron anuladas. El compañero ahora podrá presentarse a elecciones nuevamente y se investigará la parcialidad de Moro que, recordemos, fue recompensado con el Ministerio de Justicia. Desde 2016 que Lula lideraba todas las encuestas con una intención de votos de por lo menos quince puntos por encima del segundo candidato. Finalmente, la condena le impidió participar en las elecciones de 2018 y tuvo que ser suplantado a último momento por Fernando Haddad, que apenas tenía un 6% de conocimiento. Este caso de Lawfare fue determinante para el triunfo de Bolsonaro. “Para mí no basta que se actúe con relación a Lula, porque hay cosas que son irreversibles, por ejemplo sus 580 días de prisión.”, se lamentó la ex presidenta Dilma Rousseff, al tiempo que llamó a juzgar a todos los cómplices del lawfare, empezando por Moro y sus secuaces.

Pese al desastre generado por el neoliberalismo de Bolsonaro, la situación política está cambiando: el compañero Lula está en libertad con una imagen positiva en ascenso (fue el presidente en terminar su mandato con record de aprobación: un 83%). Incluso sectores importantes del poder real están descontentos con los resultados de su agenda económica: derrumbe de la tasa de inversión global de la economía, aumento de la desocupación y de la informalidad, aumento de los precios, etc. Sin embargo, la mera libertad de Lula no alcanzará para derrotar a la derecha. La izquierda y el campo popular brasileño continúan fragmentados y deberán buscar la unidad necesaria para volver a conquistar el gobierno.