A PROPÓSITO DE LOS OBJETIVOS ESTRATÉGICOS

La casta es la gran burguesía

Parafraseando a Marx, Milei es un enano monstruoso que ha encantado a la burguesía argentina (la grande y la que aspira a serlo) por ser la expresión intelectual más acabada de su propia corrupción como clase.

Dijimos en esta columna que “Milei es un defensor convencido de lo más concentrado del capital trasnacional. Y en esa condición, un traidor a la Nación. (…) En el futuro sus mandantes lo desconocerán y lo barrerán al basurero de la historia junto con Videla, Massera y los otros esbirros de la burguesía transnacional concentrada”.

Ese futuro está llegando: La Nación lo maltrata, Clarín lo aprieta, los voceros del capital transnacional lo ponen en la picota. Al mismo tiempo, sus manipuladores evalúan reemplazos: la sibilina vicepresidenta Villarruel, la desaforada impostación “peronista” de Moreno, ahora la escenificada victimización de Manes. 

Detrás de varios de ellos asoma un nacionalismo chauvinista de cartón que parodia o imposta el viejo nacionalismo burgués, alguna vez pujante sostén del primer peronismo y ahora nostálgica reacción a la consolidación de las cadenas globales de valor, donde Argentina solo tiene asignado ser fuente de materias primas para que otros las industrialicen, mientras los que usurpan su propiedad fugan sistemáticamente las divisas que produce, en complicidad con grandes fondos globales de inversión. Las venas abiertas de América Latina.

Néstor y Cristina supieron expresar a una generación diezmada y movilizaron a miles, llevando a nuestra patria por un sendero de desarrollo humano (¡y no solamente económico!) solo comparable al del primer peronismo. La incorporación a los BRICS nos ponía en una senda de mayor crecimiento aún, lo que no podía ser aceptado por el imperialismo yanqui en su confrontación a muerte con el bloque encabezado por China socialista. 

El intento de imponer retenciones móviles a los exportadores, el intento de poner límites a los grandes grupos mediáticos con la Ley de Medios, fueron suficientes para poner de manifiesto que si bien es cierto que “el amor vence al odio”, no lo puede hacer con buenos modales: la gran burguesía local, que toleró al kirchnerismo mientras no entró en contradicción directa con ella, no estaba ni está dispuesta a dejar pasar ese cuestionamiento a su poder. A partir de esos eventos el gran capital local se unificó con sus socios externos: la guerra contra el kirchnerismo se hizo abierta.

La lección de la década ganada y del posterior desmantelamiento de sus logros es que el sujeto de los cambios profundos es el pueblo, con organización y con formación política. Solo así se puede garantizar un rumbo de independencia económica, soberanía política y justicia social. Y quienes conducen al pueblo deben facilitar su organización y movilización. No se puede sustituir eso con militancia rentada. No se puede vacilar ni enredarse en negociaciones de cúpulas que relativizan o pierden de vista los intereses de fondo del 99% de la población. 

Hubo muchos sectores donde la labor estatal tuvo actitud militante, pero la experiencia rica y multifacética de hacer llegar al Estado para resolver problemas concretos no fue acompañada por una formación que expusiera que la mayoría de esos problemas son producto del anárquico descontrol inherente al capitalismo. La actitud militante se convirtió en “militancia” rentada, los militantes en asalariados. Además, se insistía y se insiste en que el sistema capitalista es el más eficiente y el único en el planeta.

Sin embargo, quien hoy empieza a superar claramente al capitalismo global en su propio terreno es una potencia dirigida por el Partido Comunista, abiertamente socialista, donde toda corporación que alcanza un determinado nivel de desarrollo tiene en su dirección al Partido, donde el 68% del capital de sus 40 millones de empresas es estatal y donde en la lista de empresas chinas que figuran en el Fortune Global 500, el 71% de las empresas, el 78% de las utilidades y el 84% de los bienes corresponden a empresas del Estado. Y que ha terminado con la indigencia y la pobreza extrema. Y por sobre todo, donde el Estado se guía por las concepciones del marxismo leninismo, aplicado creadoramente a las condiciones concretas de China.

Por supuesto, no es tarea del kirchnerismo aplicar el marxismo leninismo a los problemas argentinos en forma creadora y formar a los trabajadores en él y en la comprensión de que el capitalismo es una forma histórica de organización social cuya hora póstuma ya ha sonado. 

Es tarea de nosotros los comunistas. En cada lugar de trabajo, de estudio y de vivienda, en cada lucha, en cada organización popular, sindicato, cooperadora, asociación vecinal, cooperativa o agrupación estudiantil donde participamos, luchando por resolver los problemas del momento, explicamos fraternalmente, en la medida de nuestras posibilidades y cuando nos escuchen, que ningún problema en la vida de los trabajadores, los estudiantes, los intelectuales, los pequeños productores, los cuentapropistas o los empresarios ligados al mercado interno podrá solucionarse sin un cambio en la propiedad de los medios fundamentales de producción. Sin subordinar a los grandes empresarios, unos pocos miles de sujetos que son los que fugan nuestros ahorros, se apropian del fruto de nuestro trabajo y se desentienden de todo lo que no sean sus utilidades, destruyendo el ambiente, destrozando la vida de la población y eludiendo sus propias leyes. A ellos y sus lacayos responden, por convicción o por pusilanimidad, quienes hacen de la política un negocio.

Necesitamos un nuevo tipo de Estado y una nueva Constitución, donde la propiedad de los medios fundamentales de producción sea colectiva, donde se produzca en función de las necesidades y no de las ganancias. Hasta que eso no se haga conciencia en amplias capas del pueblo, y esa conciencia fructifique en organización, no habrá nombre propio que garantice la solución de nuestros problemas.