El gigante sudamericano se encuentra al borde de la recesión y el gobierno neoliberal de Jair Bolsonaro no hace más que echarle leña al fuego. El miércoles 21 de agosto, mientras la oligarquía provocaba decenas de miles de focos de incendios en el Amazonas, para apropiarse de millones de hectáreas (se calculan más de 70 mil focos en total) desde el ejecutivo nacional anunciaban la privatización de una cantidad importante de empresas estatales como parte de un plan a largo plazo de saqueo generalizado.
Empresas estatales históricas como Eletrobras, la mayor empresa de producción y distribución eléctrica de América Latina, o la Empresa de Tecnología e Informaciones de la Seguridad Social (Dataprev), encargada del pago de jubilaciones y pensiones, se encuentran entre los objetivos a rematar. Otras empresas importantes en la lista son: Telebras, que gestiona el Plan Nacional de Banda Ancha y redes de fibra óptica; La Casa de la Moneda, con capacidad para producir 2 mil 600 millones de billetes y 4 mil monedas al año; la Compañía Docas do Estado de São Paulo (Codesp), que administra el Puerto de Santos, la terminal de cargas más grande de América Latina; la Compañía Armazéns Gerais de São Paulo (Ceagesp), que administra una importante red estatal de silos, graneros y almacenes; la Brasileira de Corréios e Telégrafos (ECT); entre otras. En esta primera tanda de privatizaciones quedó afuera el BNDES (Banco de Desarrollo) y el gigante energético Petrobras, aunque el Jefe de Gabinete, Onyx Lorenzoni, aclaró que la ideal del gobierno es privatizar la petrolera. “Estamos yendo paso a paso. Petrobras es gigantesca”, aclaró. Al igual que el gobierno de Macri, Bolsonaro necesita de dólares frescos para sustentar un modelo inviable que atenta contra el pueblo y la naturaleza: el neoliberalismo. Está claro que rematar estos activos públicos no traerá ningún tipo de beneficios a la clase trabajadora y la economía seguirá con tendencia a la baja.
En paralelo, y ante la mirada perpleja de todo el planeta, millones de hectáreas de la selva amazónica están siendo incendiadas adrede por la base social de sustento del gobierno de Bolsonaro: la oligarquía terrateniente agroexportadora y ganadera, única clase social que se beneficia con los incendios, principalmente a partir de expansión del ganado y del cultivo de soja. Bolsonaro intentó justificar las decenas de focos consecutivos al considerarlos “habituales”. Es cierto que el avance de la oligarquía sobre el Amazonas no es nuevo, pero lo que sucedió en este caso es que los incendios se les fueron de las manos y cruzaron las fronteras hacia Bolivia, Perú y Ecuador. En lo que va de la última semana, millones de hectáreas de selva de estos tres países limítrofes fueron incineradas como consecuencia de la irresponsabilidad y la desidia del gobierno brasileño.
Ante esta situación, gobiernos como el de Francia e Irlanda advirtieron que Bolsonaro “mintió durante la cumbre de Osaka del G20” y amenazaron a Brasil con detener el envío de dinero del Fondo Amazónico y cancelar la firma del pre acuerdo entre el Mercosur y la UE. Como era de esperar, Jair Bolsonaro rechazó las “amenazas”, a las que consideró como “injustificables”, y acto seguido se burló de la esposa del presidente de Francia, Emmanuel Macron, desde su Facebook oficial. Finlandia también amenazó con vetar la importación de carne de Brasil a la UE (uno de los puntos del pre acuerdo comercial entre Mercosur y la UE es la conservación del Amazonas). El único apoyo internacional que recibió Bolsonaro fue el del imperialismo yanqui. Finalmente, ante la presión del ejército, el presidente brasileño decidió actuar y enviar tropas a combatir los focos.
Según algunas encuestas, la imagen de Bolsonaro viene cayendo cada vez más rápido y ya son muchos los sectores de la burguesía nacional que le están soltando la mano (de la misma forma que sucedió con Macri en nuestro país). Por ejemplo, la encuestadora CNT/MDA mostró que la calificación positiva del gobierno de Bolsonaro en agosto es del 29,4%, frente al 38,9% de febrero, mientras que la desaprobación saltó al 53,7% en agosto frente al 28,2% de febrero. Incluso O Globo, ya es uno de los principales críticos de su gestión. El neoliberalismo no está beneficiando en nada al pueblo, pero tampoco a la burguesía industrial brasileña.
El destino del gigante sudamericano se encamina hacia un empeoramiento de la situación socio-económica de la población y un derrumbe del neoliberalismo. Un cambio de signo político en la Argentina debe ser nuestra contribución para que el Brasil retome su senda de progreso.