La necesidad de hacer frente a la pandemia del coronavirus con un sentido sanitarista y humanitario, pone el foco en la gran renta empresaria maximizada en los tiempos de Macri a costa del pueblo y a pura fuga.
Las urgencias que pone en escena el brote mundial de COVID-19 encuentran una insoslayable vía de financiamiento en las grandes fortunas de la renta capitalista, beneficiada hasta la obscenidad en los años neoliberales de Macri y compañía. El Estado argentino necesita financiar la compra de insumos de importancia para hacer frente a la hipótesis sanitaria de máxima, que indica un pico de contagios pronto a suceder, y además estar pertrechado para las contingencias económicas ya existentes, como el hundimiento del gran número de trabajadores en situación de informalidad (que precisan la calle para poder desarrollarse) o el ahogo financiero en el que entran aquellas PyMES cuya actividad productiva se ve parada por la implementación -salvadora de miles de vidas- del aislamiento social, preventivo y obligatorio.
En este contexto, y ante la “miserable” decisión de Techint de dejar en la calle a 1450 de sus trabajadores, el Presidente Fernández en comunicación oficial se dirigió ante el gran empresariado concentrado al decirles que “llegó la hora de ganar menos”. Es importante señalar que estos “muchachos” a los que aludió Alberto no son los pequeños empresarios, sino los grandes: aquellos que ganaron y fugaron millones ante la vista gorda del gobierno de Macri.
Se trata de propietarios de grandes corporaciones, bancos, grandes compañías de seguros, laboratorios, cadenas de supermercados y empresas de suministro eléctrico cuyos responsables tienen nombre y apellido: Marcos Galperín de Mercado Libre; Federico Braun del Banco Galicia; Alfredo Coto de la cadena de supermercados homónima; el inefable CEO del Grupo Clarín, Héctor Magnetto; la propia familia Macri; Paolo Rocca, de Techint; Alejandro Bulgheroni de Axion Energy; Pérez Companc de Molinos Río de la Plata; Eduardo Eurnekian de Corporación América; Alberto Roemmers, del laboratorio homónimo, entre otros.
Solo en Argentina, 50 personas concentran 70 mil millones de dólares. Sus fortunas -que superan con creces las reservas del Banco Central- representan aproximadamente el 20% del Producto Bruto Interno. Según el INDEC, el 10% de la población con mayores ingresos individuales se apropió del 31% de los ingresos totales en el cuarto trimestre de 2019. Y sus números, casualmente, crecieron en tiempos de crisis económica: en el marco de las sucesivas devaluaciones del macrismo, la rentabilidad aumentó del 8,5% al 11,7% del valor de producción entre 2017 y 2018. Sin embargo, la tasa de inversión neta -descontadas las amortizaciones- cayó del 8,5% al 2,2% del valor de producción en ese período. Y todo esto, con sus reservas dolarizadas.
Párrafo aparte merece la fuga de capitales, fraudulento recurso al que acudió el gran empresariado para evadir responsabilidades fiscales. Este año, la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), encontró cuentas sin declarar en paraísos fiscales del exterior por 2.600 millones de dólares. Existen diversos mecanismos de fraude que conforman una compleja trama que hacen efectivo el pillaje y la evasión, un verdadero engaño al pueblo del que poco se difunde en los holdings mediáticos que cartelizan las emisoras de radio y TV, las ediciones gráficas y los portales digitales.
Los bancos, desde ya, son una pieza fundamental de este aparato de concentración de riquezas. Como ha sucedido en otros momentos de nuestra historia, se benefician con las crisis. También fueron grandes ganadores del modelo de expoliación con exclusión que encarnaron Macri y compañía. Además de su rol fundamental en la evasión privada, en 2019 ganaron más de 300 mil millones de pesos por intereses de Leliqs (en enero de 2020 casi 60 mil millones de pesos) y ahora se niegan a implementar los créditos a las PyMES.
Similar situación ocurre con el tan mentado “campo”, que no es otra cosa que la más que centenaria oligarquía terrateniente. No es noticia, pero siempre vale seguir mencionándolo: los grandes latifundios aún existen. Y también tienen sus tretas financieras, disfrazadas de fondos de inversiones, entes fiduciarios y sociedades ficticias, para escabullirse de sus responsabilidades tributarias.
Actores indispensables del capitalismo deshumanizante, les toca ahora a los grandes dueños de la torta. Como otras veces, una crisis, hoy sanitaria, cristaliza la tambaleante estructura de un sistema que pergeñó la desigualdad más brutal y cuyo reciclaje tiene techos cada vez más bajos.