La agudización de la crisis estructural del capitalismo en su fase neoliberal no empezó con el COVID-19. Ya promediando el año pasado existían señales evidentes de una desaceleración de la economía global, que desde la explosión financiera de 2008 ingresó en un cono de deterioro progresivo. Al 2019, la deuda planetaria ascendía a 253,2 billones de dólares, un 322% del PBI mundial. La pandemia detona de forma extraordinaria un sistema en decadencia. No obstante, sería aventurado afirmar cuál será el desenlace de esta circunstancia, ya que en la vida real no sólo definen las variables económicas. Sí podemos observar con nitidez (como sostuvimos semanas atrás en Nuestra Palabra) la tendencia al retroceso objetivo de la posición hegemónica del imperialismo norteamericano a nivel global.
La economía mundial sufrirá en 2020 su peor año desde la Gran Depresión de la década del ‘30, advirtió en su último pronóstico el Fondo Monetario Internacional (FMI). En su informe, el FMI calcula una contracción del 3% de la economía global. Durante la crisis financiera de 2009, la caída fue del 0,1%, según la misma fuente. El PBI de EE.UU. caerá un 5,9%, mientras que en la Eurozona se contraerá un 7,5%. En el transcurso de tres semanas, 17 millones de personas perdieron su empleo en los Estados Unidos, epicentro de los estragos del nuevo coronavirus en el mundo. Diferente es la situación de las principales economías emergentes, integrantes del BRICS. Si bien el crecimiento de China y la India sufrirán una significativa desaceleración, sus economías crecerán 1,2% y el 1,9%, respectivamente.
En América Latina el escenario es particularmente delicado, más aún donde el neoliberalismo continúa en el gobierno. Los casos de Brasil y Ecuador son dramáticamente ilustrativos. Tal y como se dijo durante las últimas semanas, la pandemia permitió despejar la discusión en torno al rol del Estado: donde este se corrió, sobrevino el desastre. Diferente fue en aquellos países donde existió planificación y decisión de preservar las vidas humanas. La República Popular China es hoy el emblema, asistiendo además a más de 90 países con científicos, médicos y donación de insumos.
La cuestión que sigue es de dónde tienen que salir los recursos que el Estado necesita para afrontar una coyuntura como la que venimos describiendo. En nuestro país, la respuesta tiene nombre y apellido. Son los que se enriquecieron a costa del hambre y el sufrimiento de nuestro pueblo, en particular durante los últimos 4 años. Son además los que por estos días conspiran denodadamente para que nuestro gobierno fracase en su intento de atravesar este momento con la menor cantidad de víctimas posibles. Son los bancos privados, que planchan la asistencia financiera impidiendo que las pymes puedan pagar sueldos; son los formadores de precios, que se cansaron de remarcar en un contexto en extremo complejo; son las energéticas, que siguen controlando la palanca de los servicios públicos esenciales; son los monopolios multimediáticos, que trabajan para esmerilar a un gobierno que se propone avanzar en un sentido antineoliberal. (Ver Declaración del PCCE Los recursos están: los tienen los ganadores del modelo neoliberal – 8 de abril de 2020).
El proyecto de ley que se presentará en las próximas horas, que impone un impuesto extraordinario a las grandes fortunas, y que permitiría recaudar hasta 4000 mil millones de dólares, es un paso muy significativo. Con el mismo criterio debe abordarse la negociación de la deuda externa: preservando los intereses nacionales y de las grandes mayorías. El impacto económico es demoledor, y deben profundizarse las medidas para llegar a los más humildes, a los asalariados, los jubilados, las pymes, etc. El presidente debe apoyarse en el consenso que concita para ir más rápidamente y despejar los escollos para que las acciones puedan instrumentarse sin dilaciones. Lo peor que podría pasarnos es quedar a mitad de camino. Sabemos que su voluntad es avanzar, y por eso somos parte de este proyecto político.