Derrumbe económico, una pandemia descontrolada y una cultura racista de Estado al desnudo. Todo un coctel que generó una rebelión popular nunca vista en décadas en el corazón del imperialismo.
La pandemia del COVID-19 hizo estragos en un sistema sanitario completamente privatizado e incapaz de proteger a su población. Al 9 de junio, Estados Unidos es el país con más casos y muertes en todo el planeta por el nuevo coronavirus con casi 2 millones 50 mil contagiados y más de 114 mil muertos. Para tener una idea cabal de la dimensión, el segundo país con más muertos es el Reino Unido con 41 mil fallecidos, seguido de cerca por Brasil. Estados Unidos, que representa apenas el 4,25% de la población global, tiene casi el 30% de todos los contagios del planeta y el 28% de las muertes. Una verdadera catástrofe pese a ser la primera potencia mundial.
A esto hay que sumarle el bajo crecimiento económico que viene acarreando el país desde la crisis mundial de 2008, con un promedio cercano al 2% anual (muy lejos del 7% de la República Popular China, por ejemplo) y el derrumbe del PBI que se espera para este año. Los analistas más optimistas están hablando de una caída de entre el -3% y el -5% del PBI, aunque hay quienes esperan un derrumbe cercano al -10%. Esto se ve reflejado en las altas tasas de desocupación que se vienen registrando, cercanas al 15% de la población activa, y a los más de 40 millones de estadounidenses que solicitaron el seguro de desempleo en los últimos dos meses (niveles sin precedentes desde la Gran Depresión de 1929). Está claro que el principal problema que tiene Estados Unidos es el neoliberalismo. La pandemia lo único que hizo fue empeorar lo que ya se venía gestando y profundizando con anterioridad.
A esta situación se le sumó un asesinato racial que funcionó como mecha para una rebelión popular con pocos antecedentes. La naturaleza racista del Estado yanqui no es una problemática nueva, pero esta vez, la muerte del estadounidense George Floyd por parte de la policía de Minneapolis generó una indignación extrema a nivel nacional con protestas de todo tipo a lo ancho y largo del país, incluso en las puertas de la misma Casa Blanca, donde el presidente Donald Trump tuvo que esconderse en un bunker subterráneo por si la situación se salía de control. Con la consigna “Black lives Matter” (la vida de los negros importa) millones de estadounidenses salieron a protestar. La primera orden de Donald Trump fue salir a reprimir todas las protestas, sean violentas o pacíficas y, “de ser necesario”, enviaría al ejército.
“Hay que arrestar a las personas, hay que ponerlos en la cárcel durante 10 años y nunca volverán a ver estas cosas. Lo estamos haciendo en Washington. Vamos a hacer algo que la gente no ha visto antes. En estos momentos, estoy enviando a miles y miles de soldados fuertemente armados, efectivos militares y agentes del orden público para detener los disturbios”, amenazó Trump vía Twitter, mientras más de 25 ciudades del país declaraban el toque de queda ante los disturbios. Muchos alcaldes y gobernadores se negaron acatar las órdenes del presidente, incluso el mismísimo Pentágono (Departamento de Defensa) contradijo a Trump y aclaró que no debía ser el ejército el que tome las calles sino la Guardia Nacional. A la fecha no se sabe el número exacto de muertos y heridos que hubo durante las protestas (que se dieron en por lo menos 75 ciudades del país) pero se calculan unas 21 muertes, más de 11 mil arrestos y cientos de heridos.
Recordemos el año pasado cómo Trump se inmiscuía en los asuntos internos de China y defendía las protestas anticomunistas en Hong Kong acusando al gigante asiático de “violador de los derechos humanos” y al Partido Comunista de “antidemocrático”. En aquellos disturbios en Hong Kong no hubo ni un solo muerto, además solo se movilizó a la policía local de la ciudad. Global Times (periódico internacional del PCCh) recordó a sus lectores que el mandatario estadounidense describió las protestas en Hong Kong como una “hermosa imagen” mientras que ahora se comportaba de forma totalmente contraria contra los manifestantes de su propio país. “El caos en Hong Kong se prolonga desde hace más de un año, pero no se envió al ejército. Sin embargo, luego de apenas tres días de caos en Minnesota, Trump amenazó públicamente con el uso de armas de fuego, implicando que podrían desplegarse fuerzas militares”, escribió Hu Xijin, editor del Global Times. Así es la hipocresía de un imperialismo en decadencia.