En febrero de este año irrumpió en el mundo la pandemia del Covid-19. La crisis del neoliberalismo se profundizó y con ella el drama de miles de millones de personas en todo el planeta. Estados Unidos y Europa (los campeones de la democracia y la prosperidad) mostraron flancos desguarnecidos por todos los costados: colapso sanitario, enorme desigualdad, caos y desorientación política y cientos de miles de muertos. En ese mismo mes de febrero, muchos y muchas se mofaban de las excentricidades del “régimen chino”, de su vastísima población usando tapabocas y cumpliendo con disciplina cuarentenas medievales. Resulta que los comunistas chinos declararon días atrás al país libre de coronavirus, al tiempo que su economía acumula tres meses consecutivos de crecimiento.
La pandemia se desplazó hacia América Latina, donde sigue produciendo estragos. Durante la segunda mitad de 2019 se había desencadenado una suerte de alzamiento contra el saqueo neoliberal en el cordón occidental de nuestro continente: Colombia, Ecuador, Perú y Chile experimentaron un auge de masas que puso en jaque a varios de estos gobiernos. Los Estados Unidos respondieron con el golpe de Estado en Bolivia, apelando en una primera instancia a las fuerzas de seguridad, y luego a las fuerzas armadas. La victoria de Alberto y Cristina en nuestro país volvió a equilibrar las cargas de la disputa regional. Luego del parate que impuso la emergencia sanitaria, asistimos a una profundización de la lucha de clases. El imperialismo norteamericano, objetivamente debilitado en sus pretensiones geopolíticas, arrecia sus ataques sin miramientos.
Proscribieron a Rafael Correa en Ecuador y proscribieron también a Evo en Bolivia. Van a desconocer las elecciones legislativas en Venezuela y asesinan a mansalva en Colombia, como vimos días atrás. Ahora buscan arrinconar a nuestro gobierno, concientes de que aquí se juega también el derrotero de toda la región. Es un panorama inquietante, no obstante nos preguntamos en manos de quién se encuentra la ofensiva política. ¿De los yanquis, resueltos de cualquier manera a no seguir retrocediendo, o de los pueblos y gobiernos que buscan sepultar al neoliberalismo y luchan por el surgimiento de un mundo multipolar? La respuesta se observa con nitidez analizando, por ejemplo, la coyuntura argentina.
En la medida que el gobierno nacional siga afirmándose en sus posiciones, y en la medida que el presidente no acepte condicionamientos ni aprietes, van a continuar agudizándose los ataques del enemigo. Ya no se trata de esmerilar a Alberto, demonizar a Cristina o erosionar a Axel Kicillof: se juegan a todo o nada, a la ruptura del orden institucional. No era necesario que lo dijeran, pero también lo dijeron. La jefa del PRO anticipó días atrás que “están preparados para sustituir al gobierno en 2021”. ¿Por qué semejante virulencia a sólo 10 meses de asumido el Frente de Todxs? El gobierno nacional avanza, esa es la explicación.
No hubo acción promovida por Alberto que no desatara una respuesta desbocada. En cualquier orden de la vida política y económica nacional. No importa si la medida es más o menos osada: te reciben con misiles. Así fue durante el proceso de gestión de la pandemia, el canje de deuda, las sesiones en el Parlamento o el leve aumento de retenciones, los cambios en la justicia federal o los incrementos jubilatorios. Vienen de romper todo y se proponen seguir rompiendo todo. La última fue el intento sedicioso de una parte de la Policía Bonaerense, que si se hubiera prolongado podría haber arrastrado la adhesión de fuerzas federales. El gobierno actuó con templanza e inteligencia, en particular en la resolución del conflicto: redistribuyó recursos con un criterio progresivo.
Esto es lo que nuestro pueblo banca y va a bancar en las calles cuando sea necesario. La derecha bordea el fascismo y es necesario aislarla y no caer en las provocaciones. Se mueven con temeridad, en línea con los designios de los yanquis. Debemos sostener al gobierno de Alberto y Cristina, a cada una de las políticas que se orienten hacia la dignidad de las grandes mayorías.