Por Rodolfo G. Módena
El 25 de noviembre de 2016, el más grande comunista latinoamericano y uno de los mayores exponentes del marxismo-leninismo internacional, el Comandante en Jefe Fidel Alejandro Castro Ruz, pasaba a la inmortalidad histórica.
Veinte años antes, en el año 1996, la camarada Estela Bravo entrevistaba a Gabriel García Márquez en La Habana. La cineasta norteamericana (compañera del comunista argentino Ernesto Mario Bravo, conocido en otros tiempos en Argentina como “el estudiante bravo”) interpelaba al Premio Nobel de Literatura (1982) sobre su amistad con el líder de la Revolución Cubana. Allí, el gran colombiano de las letras universales y del realismo mágico latinoamericano, expuso de la manera más sentida, brillante y sencilla a la vez, las cualidades humanas de Fidel. Y remataba el coloquio diciendo de su amigo, que sería recordado como uno de los más grandes hombres del siglo XX.
Pocas voces, como la del Gabo, pueden poner en palabras una semblanza más clara de la humanidad de Fidel. La humanidad de un hombre común de una sensibilidad extraordinaria, tan extraordinaria como su inmenso caudal de virtudes y realizaciones revolucionarias.
Fidel, el joven estudiante universitario martiano y rebelde contra la tiranía. Fidel, el abogado de acción del Asalto al Cuartel Moncada y su alegato “La historia me absolverá”. Fidel, el preso y exiliado en México reorganizando la fuerza expedicionaria del Granma. Fidel, el Comandante de la guerrilla en la Sierra Maestra y el triunfo revolucionario del 1º de enero de 1959. Fidel, el vencedor de la invasión mercenaria yanqui de Playa Girón en 1961 y de la Crisis de los Misiles de 1962.
Fidel, el que proclamó el carácter socialista de la Revolución Cubana en las mismas barbas del imperio, el de las nacionalizaciones, la victoria sobre el analfabetismo y la construcción del sistema de salud pública más avanzado del continente y uno de los mejores del mundo.
Fidel, el internacionalista solidario con los pueblos de Vietnam, Laos y Camboya en su guerra heroica contra el imperialismo yanqui. El de la solidaridad con Argelia, el Congo, Mozambique, Zimbabue, Cabo Verde y, especialmente con Angola y la liberación de Namibia, tras derrotar militarmente a las fuerzas reaccionarias del Apartheid sudafricano en la gran batalla de Cuito Canavale (1987/1988). El amigo y camarada de Nelson Mandela, quien lo reconocería como libertador de Sudáfrica de aquel régimen oprobioso.
Fidel, el gran líder antimperialista del Movimiento de Países No Alineados y leal amigo de la Unión Soviética. El que supo, como pocos, enfrentar el bloqueo imperialista, la ofensiva neoliberal de los ’90, el doble bloqueo que significó la caída de la URSS y el campo socialista europeo, el Período Especial y su superación victoriosa.
Fidel, el del uniforme verde olivo y el constructor del Ejército de Batas Blancas, impulsor del desarrollo biotecnológico y farmacéutico más formidable del mundo para un pequeño país en desarrollo como Cuba. El comandante del más maravilloso ejército internacionalista de médicos y trabajadores de la salud, brindándose heroicamente en solidaridad y humanismo proletario en los más diversos países del mundo que la requirieran.
Fidel, el de la cultura, la educación y las universidades abiertas al pueblo cubano y a todos los pueblos del mundo.
Fidel, el de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro (1992), lanzando su inolvidable y contundente alegato por la preservación de las condiciones ambientales de vida en el planeta y de la especie humana misma.
Fidel, campeón de la batalla de ideas contra el neoliberalismo, contra el imperialismo, contra el capitalismo en el siglo XXI y por “un mundo mejor que es posible”.
Fidel, incansable luchador por la unidad de la Patria Grande Latinoamericana con la que soñaron San Martín, Bolívar y Martí.
Fidel con su amigo el Che, con Salvador Allende en Chile, con Daniel Ortega en Nicaragua, con Lula, Evo Morales, Correa, Néstor y Cristina…
Cierta vez, en ocasión de un viaje a Nueva York, con motivo de una sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, fue abordado en el aeropuerto por la prensa norteamericana que, con todo su amarillismo y malicia le preguntó si era cierto que debajo de su uniforme siempre llevaba chaleco antibalas. Fidel se desprendió la chaqueta militar y, mostrando su pecho desnudo, respondió: “tengo un chaleco moral”.
Eso lo hizo invencible. Comandante en Jefe eterno de la Revolución Cubana y Latinoamericana. Comandante eterno de la causa antimperialista y socialista mundial.
Un hombre común con virtudes extraordinarias.