DE SANTIAGO PAMPILLÓN A LA NOCHE DE LOS LÁPICES
Memoria, política y juventud
Por Rodolfo G. Módena
El 12 de setiembre de 1966, hace 55 años, moría Santiago Pampillón tras ser baleado a quemarropa por la Policía de Córdoba, el 7 de setiembre, durante una masiva asamblea estudiantil convocada por la FUC contra la dictadura de Onganía, instalada por el golpe de Estado contra el presidente Arturo Umberto Illia el 28 de junio de ese mismo año.
Estudiante de Ingeniería Aeronáutica, obrero de IKA-Renault y militante radical, el de Santiago Pampillón fue el primero de una larga lista de asesinatos cometidos por aquella dictadura fascista, profundamente anticomunista y proimperialista. De hecho, pasó a convertirse en símbolo de la resistencia popular y emblema de la unidad obrero-estudiantil condensada en su nombre, plasmada en el histórico Cordobazo de 1969 y en todos los azos que marcarían el principio del fin del onganiato, aquella mal llamada “Revolución Argentina”.
Pronto, en 1970, a Onganía le sucederían los dictadores Levingston y Lanusse, con la dictadura en franca retirada ante la incontenible ofensiva popular que coronaría con la victoria electoral de Héctor J. Cámpora en 1973 y el subsiguiente regreso y elección presidencial de Perón tras 18 años de proscripción y de exilio.
Se iniciaría entonces un proceso político que apuntaba al programa de la liberación nacional y social que reivindicaban las diversas fuerzas populares, aunque con serias contradicciones en el seno del peronismo en el gobierno. Por un lado avanzaba el protagonismo, la organización y la movilización popular, buena parte del movimiento obrero organizado había alcanzado altos niveles de conciencia de clase y combatividad, la juventud y los estudiantes se politizaban cada vez más y se radicalizaban en pos de la patria socialista, tanto peronistas como comunistas, incluso radicales, socialistas, demócratas cristianos, socialistas, intransigentes, así como diversas fuerzas de izquierda y peronistas que optaron por la vía de la lucha armada. Por otro, la derecha fascista y la burocracia sindical dentro del peronismo actuaron como fuerzas de choque de la reacción como la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) para combatir las luchas, asesinar militantes populares, amenazar de muerte a los trabajadores de la cultura, derechizar al propio gobierno tras la muerte de Perón y sembrar el campo para el advenimiento de la peor dictadura que recuerde nuestra Historia.
Así llegamos al golpe de Estado de 1976 y la barbarie más atroz que sufriera nuestra sociedad: los 30.000 compañeros desaparecidos, las persecuciones, cárceles, torturas, violaciones y robo de bebés, los exilios forzados, los despidos y cierres de fábricas, la deuda externa, el genocidio.
Otra vez, y como siempre, para imponer a sangre y fuego los intereses de la oligarquía y los monopolios transnacionales. Pero esa vez, para sembrar un terror incomparablemente más brutal que el de cualquiera de las anteriores dictaduras cívico-militares que asolaron a Argentina y América Latina durante el siglo XX.
Fue en el marco de aquel genocidio que, durante el mes de setiembre del 76 se sucedieron decenas de secuestros y desapariciones de estudiantes secundarios, de entre 15 y 17 años, de distintos colegios de la ciudad de La Plata. Pero sería en la noche del 16 de septiembre que desaparecieron a los compañeros Claudio de Acha, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y Horacio Ungaro que continúan desaparecidos y Gustavo Calotti, Pablo Díaz, Patricia Miranda y Emilce Moler que lograron sobrevivir. Por eso y por ellos, el 16 de septiembre se conmemora La Noche de los Lápices, de la que se cumplen 45 años.
Diez años después del asesinato de Santiago Pampillón, diez años después Videla en vez de Onganía, y siempre el mismo enemigo del pueblo, de la democracia, de la Patria y de la vida misma: el imperialismo norteamericano y la oligarquía terrateniente y financiera local. El mismo enemigo principal que, en democracia, volvería al gobierno con Menem, De la Rúa y Macri. El mismo al que debemos seguir combatiendo en las calles y en las urnas, hasta conquistar la Segunda y Definitiva Independencia como camino argentino al socialismo.