80 AÑOS DEL NATALICIO DE ALFREDO ZITARROSA
La voz del Uruguay
Por Rodolfo G. Módena
A veces lo imagino caminando y silbando por los andenes de cualquier vieja estación ferroviaria, de cualquier pueblo chico y antiguo del interior profundo del Uruguay o la Argentina. Y también –¿y por qué no?-, llevando su canción comprometida y sus nostalgias de “Stefanie”, “El violín de Becho”, “Adagio a mi país”, “P’al que se va”, “Doña Soledad”, “Recordándote” o su “Guitarra Negra” -como lo supo hacer- a los grandes escenarios de la Europa del exilio.
Lo recuerdo alzando tribunas con su voz grave y honda, tan uruguayamente contenida, orgullosa y combativa como su pueblo, serena y melancólica como sus dolores y sus sueños redentores del hombre y la mujer de trabajo.
Había nacido en Montevideo el 10 de marzo de 1936. Hijo natural, tan natural de su madre como de su querido Uruguay; fue primero locutor radial y periodista, y luego poeta, compositor e intérprete de la más caracterizada canción uruguaya, así como una de las voces más importantes de la canción latinoamericana.
Era tan uruguayo como el mate amargo, rara mezcla de porteño de arrabal y del centro, con contundentes aires campesinos y conciencia proletaria. Riguroso traje oscuro, camisa blanca y corbata o pañuelo al cuello, a veces peinado a la gomina aunque siempre con crenchas rebeldes de gaucha rebeldía, su estampa tanguera se fundía en un estilo único y simbiótico de milonga, chamarrita, zamba, tango y otras viejas y modernas melodías. Y ni hablar de su inconfundible acompañamiento de guitarras, amén de los violines y el violonchelo que ensamblaban con su voz en una bella danza a dueto de dureza y ternura.
Y fue como por casualidad que llegó a cantor: estando en Perú rebuscándose la vida, en 1964, un amigo lo empujó a cantar dos temas en la radio; tuvo un éxito para él inesperado; siguió en Bolivia y, en 1966, en Argentina daría “el salto” al ser invitado al Festival de Cosquín.
Ferviente militante del Frente Amplio y del Partido Comunista (PCU), tras el Golpe de Estado del 27 de junio de 1973 y la dictadura cívico-militar instaurada en Uruguay, sufrió censura, prohibición, amenazas, persecuciones, detención en la Dirección de Inteligencia y el obligado exilio de su Patria.
Vivió en Argentina, España y México, aunque con asiduas visitas a Cuba y giras artísticas europeas en las que les cantaba a los uruguayos y latinoamericanos exiliados.
Regresó al Uruguay el 31 de marzo de 1984 y su vuelta al pago resultó apoteótica: miles y miles de orientales lo recibieron con abrazos y flores, entre risas y llantos, con los puños cerrados o los dedos en V, con banderas uruguayas, las tricolores del Frente Amplio y las rojas del Partido Comunista, en una caravana interminable por las calles de su Montevideo de fiesta.
Alfredo Zitarrosa murió el 17 de enero de 1989 en su Montevideo natal y su despedida, popular y masiva, fue tanto o más impresionante que su bienvenida del ‘84.
Y lo sigo imaginando, ahora caminando y silbando por una calle empedrada del “barrio de querer y poder”, del brazo de la “Señorita Erre”, de su pueblo y de la vida.