Por Rodolfo G. Módena
Los acontecimientos de las últimas semanas en Chile marcan un punto de inflexión en su sociedad y su política, a poco más de 46 años de la instauración del neoliberalismo por la dictadura fascista y genocida de Augusto Pinochet.
Todos hemos visto las masivas movilizaciones populares, la violenta represión, los montajes, las numerosas muertes a manos de las fuerzas represivas, centenares de heridos, detenidos y desaparecidos. Estado de Emergencia, suspensión de garantías y toque de queda. El pueblo chileno ha despertado y lo ha hecho con contundencia. Es el resultado de la aplicación de un modelo que fue vendido como exitoso por décadas, y que lo que ha hecho es concentrar la riqueza cada vez en menos manos y sumir a las grandes mayorías en la pobreza y la miseria. Ahí está, descarnado, el neoliberal-fascismo de nuestros días. El modelo de Piñera, Macri, Duque, Bolsonaro y toda la derecha vendepatria continental.
El detonante, y solo el detonante, fue el aumento del pasaje del metro. Bajos salarios, tarifazos en los servicios esenciales, aumentos de precios, pensiones miserables, sumados a la privación de los derechos a la educación y la salud públicas, etc., era la carga a la que el pueblo chileno terminó por decirle basta. Salieron los estudiantes a protestar y la represión gubernamental no hizo sino echar leña al fuego. Peor aún fue la respuesta de Piñera de declarar el Estado de Emergencia y la aplicación de la Ley de Seguridad Interior del Estado. Entonces, salieron las familias enteras, los vecinos, los trabajadores, y la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) llamó a la huelga general para el 25 de octubre.
El 19 de octubre, el Partido Comunista de Chile hizo pública su posición ante la grave situación: “Ni la militarización de la política, ni las amenazas detendrán el descontento social”.
El gobierno salió a acusar de delincuentes a los manifestantes y a los comunistas de ser los promotores de las protestas y de los actos de violencia. Es costumbre este accionar de la derecha en todas partes.
La brutalidad fascista tuvo su más escandalosa expresión en boca de la esposa del presidente Piñera, quien, asustada, el 20 de octubre decía: “estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena, no sé cómo se dice”, desnudando el desprecio de clase de la oligarquía chilena; para luego, con cierto realismo, lamentarse: “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios”.
¡En todo caso, sepa Señora que por acá también somos “alienígenas” los que acabamos de recuperar la Argentina de las garras del neoliberalismo!
El 25 de octubre, la respuesta popular fue incontrastable: 1.200.000 chilenos se movilizaron sólo en Santiago, según cifras oficiales. Millones se movilizaron a lo largo de Chile en la “Marcha Grande”. La huelga general convocada por la CUT fue contundente. Con ellos marchaban también Luis Emilio Recabarren y Elías Lafertte, Salvador Allende y Pablo Neruda, Violeta Parra y Víctor Jara con su guitarra al viento. Y con ellos un grito que atravesó las montañas de los Andes, sobrevoló sus cumbres con los cóndores y cruzó las aguas bravas del Pacífico: ¡Renuncia Piñera!
El 27 de octubre, Piñera levantó el Estado de Emergencia y el toque de queda, pidió la renuncia de su gabinete de ministros y dijo que anunciaría un paquete de medidas para paliar la crisis social. Entretanto, diputados de izquierda preparan la Acusación Constitucional (juicio político) contra el presidente Piñera: “para nosotros es un imperativo ético, no dejaremos pasar las violaciones a los DD.HH., tal como lo grita la gente en las calles”, señaló la diputada comunista Karol Cariola.
El último 30 de octubre, la CUT y la Unidad Social (multisectorial que reúne organizaciones obreras, estudiantiles, profesionales, de derechos humanos y pueblos originarios) impulsó una nueva huelga general con movilizaciones en todo el país, levantando un pliego de reivindicaciones económico-sociales, laborales y políticas que llegan hasta la demanda de Asamblea Constituyente y Reforma Constitucional. En la convocatoria se afirmaba que “el debate no es sobre ministros más ministros menos, rostros nuevos o rostros antiguos (…) el debate de fondo tiene que ser respecto de las demandas que es aquello que ha movilizado a millones de chilenos y chilenas en las calles”.
Por su parte, la presidenta de la CUT, Bárbara Figueroa, enfatizó que “hay demandas que son históricas (…) que se han puesto sobre la mesa con todos los Gobiernos que no se han recogido. Y eso es lo que hoy día ha generado esta profunda fractura social”.
Una compañera contaba, hace unos días, que recordaba a su padre cantar: “¡Hermano chileno, no bajes las banderas, que aquí estamos dispuestos a cruzar la cordillera!”. La cantábamos en el 73, cuando Jorge Pereyra era el Secretario General de nuestra Fede (FJC) y Gladys Marín lo era de la querida Jota (JJCC), verdaderas escuelas juveniles de internacionalismo proletario a ambos lados de los Andes.