Este 25 de julio se cumplieron 25 años del fallecimiento del tan amado como inolvidable “troesma”, Don Osvaldo Pugliese.
Había nacido en el barrio porteño de Villa Crespo, en el seno de una familia de músicos, el 2 de diciembre de 1905. Y allí vivió toda su vida, salvo cuando salía de gira con su orquesta o cuando estaba preso por su inclaudicable militancia comunista.
Eximio pianista, compositor y director, desde adolescente se abrazó al tango, como a su barrio, para toda la vida. Con su gran orquesta supo darle al dos por cuatro su toque personal de un ritmo genial e inconfundible. Baste solo recordar que compuso su tango “Recuerdo” (a mi modesto juicio uno de los mejores tangos de todos los tiempos) a los 19 años de edad, para darnos cuenta de su virtuosismo precoz.
En 1935 participó de la fundación del Sindicato Argentino de Músicos y en 1936, cuando la Guerra Civil Española, Pugliese se afilió al Partido Comunista, condición que sostuvo, también, toda su vida, contra viento y marea.
Su orquesta era seguida por barras de fanas donde quiera que se presentara. Un fenómeno de la cultura nacional y popular acaso semejable al generado en las últimas décadas por el Indio Solari y Los Redondos en el rock nacional. Y se convirtió en leyenda, tanto por su ritmo musical como por el contenido social de su concepción cooperativa y el compromiso ideológico de su director.
Es sabido que la orquesta repartía sus ingresos por igual entre sus miembros. Es sabido que cuando el “troesma” estaba preso (en diversas oportunidades) y estaba prohibida su radiodifusión, la orquesta seguía tocando en los clubes de barrio con un clavel rojo sobre el piano vacío de Pugliese. Y cuando fue el primero en llevar el tango al Teatro Colón en 1985, fue la apoteosis.
Por estas y otras tantas cosas Osvaldo Pugliese y su orquesta típica se convirtieron en leyenda popular argentina, generando hasta cierta religiosidad pagana extendida entre los músicos y pueblo en general, que reza que nombrar tres veces a Pugliese trae buena suerte.
Es que su calidad y calidez humana, su modestia y su firmeza de principios han sido, son y serán fuente de amor y compromiso inagotables.
Cuando le decían maestro, él, con su humilde y sana picardía de porteño y de tanguero cabal respondía: “¿Maestro? ¡Maestro viruta! ¿Qué maestro? ¡Un rasca atorrante, eso es lo que soy! Y con la orquesta somos el conjunto de los atorrantes unidos”.
Por eso le decimos “troesma” al vesre y con amor.
R.G.M.