Hace un año ya que el compañero Lula Da Silva se encuentra sometido a una injusta prisión. Intentaron doblegarlo, romperlo moralmente. Se le reconocen menos derechos y garantías que a cualquier preso común en Brasil. Con su detención allanaron el camino a Bolsonaro, cuyo gobierno hoy es una escola do samba tenebrosa. Durante los próximos días, el Tribunal Supremo de Justicia debería revisar los pasos procesales que derivaron en su encarcelamiento. Lula conserva un amplio respaldo y resiste estoicamente. El neoliberalismo hace agua en el gigante Brasil, con una crisis política en ciernes.

Por tratarse de otra correlación de fuerzas, no pudieron en nuestro país maniatar a Cristina. Cuanto mayor es el deterioro del proyecto Cambiemos, más se consolida la centralidad política de la compañera. Sólo un liderazgo de sus características puede impulsar un proceso de unidad amplia sin que se desdibujen los objetivos políticos. Es decir, derrotar al neoliberalismo y reconstruir la Nación.

Al mismo tiempo, es la única capaz de aglutinar a vastos sectores económicos y sociales que hoy comparten un interés común: sobrevivir a la brutal crisis provocada por la política de ajuste, timba financiera y endeudamiento.

Como lo venimos describiendo, la alianza de gobierno se va deshilachando de forma vertiginosa. El único sostén de Macri es el Fondo Monetario Internacional, que advierte los ‘riesgos’ de un retorno de Cristina. Sin embargo, mientras con una mano acaricia, con la otra exprime exigiendo más ajuste y medidas estructurales. Macri está entrampado. Por un lado, un rechazo social abrumador. Por el otro, la posibilidad de que los yanquis le pateen el banquito y vuele por los aires. Es por esto que el ingeniero ya no constituye una variante de continuidad para los factores de poder locales y extranjeros.

Empujado por una ostensible debilidad, el ejecutivo apura algunas acciones que le brinden algo de oxígeno de cara a la definición electoral de octubre. Buscan congelar precios de la canasta básica e inyectar dinero en los sectores más golpeados por la crisis, que son los más humildes. Por otra parte, tratan de contener al radicalismo ofreciéndole la candidatura a la vicepresidencia. Son manotazos que poco podrán morigerar la percepción colectiva de un gobierno en retirada. ¿Los yanquis van a permanecer quietos viendo cómo se les escapa la tortuga? Sería temerario subestimar el poder de fuego del imperialismo. Lo que atraviesa el compañero Lula debe servir de ejemplo.

Cobra entonces mayor relevancia el rol que nos cabe a las fuerzas del campo popular. El descontento social no se traduce de forma automática en conciencia y comprensión del origen y las causas de la coyuntura que nos toca vivir. Existe un sentido común sólidamente constituido, que se asienta en las peores miserias humanas, y cuya propalación se va a intensificar en los próximos meses. El enemigo es muy conciente de los riesgos que corre y va a actuar sin medir consecuencias. La única forma de confrontarlo es en la calle, que no es algo abstracto.

La calle es el barrio, son los colegios, las fábricas, la universidad, los centros de trabajo. Es donde se establece un vínculo político, hablando claro y de los aspectos más simples de la vida cotidiana. No basta con las grandes consignas, debemos abordar los problemas, explicarlos sin perder la paciencia ni cegarnos por el enojo o la resignación. Tampoco alcanza con esclarecer si ese esfuerzo no contribuye a organizar. No es sencillo, la sociedad capitalista disgrega y lesiona los valores humanos. Al mismo tiempo, genera las condiciones objetivas para su superación histórica. Aunque no estamos hoy ante esa disyuntiva, todos nuestros esfuerzos se orientan hacia ese objetivo estratégico, que en la etapa actual se expresa en liberación o dependencia, en sepultar al neoliberalismo definitivamente.