9 DE JULIO: UNA OPCIÓN DE HIERRO

Por la segunda y definitiva independencia

Los años de 1814-1816 fueron años de represión para la totalidad del movimiento revolucionario en Sudamérica. Terminada la guerra peninsular y restaurado Fernando VII, España empezó a golpear fuertemente en la región. En el norte, el ejército de Murillo aplastó a los venezolanos y neogranadinos. En el Alto Perú, los realistas hicieron retroceder al último ejercito porteño de liberación y parecían dispuestos a descender hasta Tucumán. En Chile dominaba la contrarrevolución. A la caída de Napoleón le sucedió la Restauración y la asunción de la Santa Alianza, en Europa.

Para 1816 las Provincias Unidas parecían estar al borde de la disolución. Santa Fe y Córdoba estaban en revuelta abierta. Un ejército portugués avanzaba desde Brasil para ocupar la Banda Oriental. En el Alto Perú se reunían fuerzas realistas para llevar la guerra a Tucumán. Para fortalecer el país y para tranquilizar a las provincias, Buenos Aires convocó a un nuevo Congreso, a celebrarse en Tucumán. La línea de firmeza fue impuesta desde afuera por San Martin y Belgrano que pujaban por una declaración de independencia como preliminar indispensable para renovar el esfuerzo de guerra contra España.

A los embates del poder realista también se le suman las pujas internas. Nuestro primer grito de libertad estaba lejos de ser homogéneo: al interior de los congresales de Tucumán había grandes disputas de poder, intereses y orientaciones políticas. Concurren representantes de varias provincias que hoy integran nuestro territorio, pero no las del litoral (Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y Misiones) que en 1815 habían declarado la independencia designando a José Gervasio Artigas como el Protector de los Pueblos Libres. En contraste, participan diputados de varias regiones del Alto Perú que hoy integran Bolivia (Charcas, Mizque, Chichas, La Plata y Cochabamba).

El Congreso declara la independencia el 9 de julio de 1816. No se trata de la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, sino de algo más amplio, entroncado con los orígenes de la Revolución de Mayo: “Nos, los representantes de las Provincias Unidas en Sudamérica, reunidos en Congreso General, […] declaramos solemnemente a la faz de la tierra que es voluntad e indubitable de estas provincias romper los vínculos que nos ligaban a los reyes de España…”. 

Pocos días después de esta declaración, y ante versiones de negociaciones entre la burguesía comercial porteña y la Corte portuguesa en Río de Janeiro, Pedro Medrano propone -y se aprueba- que se incorpore a la declaración un aditamento que elimine toda clase de dudas: “y de toda dominación extranjera”. Belgrano, San Martin y todos los patriotas, reciben esta declaración con gran satisfacción.

Asimismo, el Congreso mediante una declaración adopta como bandera nacional aquella con los colores que Belgrano hiciera juramentar en las barrancas del Paraná en 1812. Hasta ahí llega la organización de la nación. La constitución que debía sancionarse entra, entonces, en un callejón sin salida y el proyecto de Belgrano apoyado por San Martín, Güemes, los pueblos altoperuanos e incluso otras provincias es obstaculizado por las clases pudientes de Buenos Aires. El proyecto de la monarquía constitucional incaica cae sin remedio ante la oposición porteña.

Queda vigente lo mejor de la tradición revolucionaria de Mayo: la ruptura de las ataduras y relaciones de dominio no solo con el monarca español, sino de cualquier potencia extranjera como voluntad de las Provincias de Sudamérica, una idea más amplia que la que finalmente triunfará y que pondrá al Río de la Plata como centro, que refleja los intereses de un sector, el de los ganaderos y comerciantes de Buenos Aires. 

La dinámica histórica y la lucha de nuestros pueblos nos ponen hoy ante una nueva oportunidad de pensar la Patria Grande. Más allá de las dificultades de nuestra patria, arrasada por la plaga macrista que nos volvió a sumir en la dependencia con el FMI, nos encontramos ante un nuevo avance de las fuerzas populares y democráticas en América Latina. Se acortan los tiempos de la reacción neoliberal. La disyuntiva es la misma, nuestros pueblos tienen reservas para concretar la tradición de mayo con la organización y la movilización permanente del pueblo junto a los gobiernos que se parecen a sus pueblos, como lo hicieron Néstor y Cristina.