El 2 de setiembre de 1969, hace 50 años, fallecía Ho Chi Minh (“el que ilumina”). El deceso del gran dirigente de la lucha por la liberación nacional y la revolución socialista del Vietnam, acaeció en Hanói, a sus 78 años de edad, sin llegar a ver la victoria definitiva de su pueblo contra la invasión del imperialismo norteamericano y la reunificación de su Patria. Sin embargo, siempre la presintió y es más: siempre tuvo plena confianza en ella, confianza que supo transmitir hasta transformarla en el heroísmo sin par del pueblo vietnamita para enfrentar y derrotar la genocida intervención yanqui.

Había nacido el 19 de mayo de 1890 en la aldea de Nghe An, región de Annam, en el centro de Vietnam. Su nombre de nacimiento era Nguyen Sinh Cung, pero sería conocido con diversos seudónimos con que lo rebautizaba la clandestinidad.

Como muchos jóvenes de las colonias, fue a estudiar a Francia y allí conoció el pensamiento de Lenin sobre la cuestión colonial y el papel de los pueblos oprimidos. Se incorporó al Partido Socialista, que se convertiría en Partido Comunista Francés en el Congreso de Tours de 1920, del que participó. Una de sus fotografías más conocidas data de 1921, durante el Congreso de Marsella del PCF.

Luego se trasladó a Moscú y de allí a China, enviado por la Internacional Comunista como asesor, traductor e instructor en la Academia Militar de Huangpu. Tras el giro a la derecha de Chiang Kai Shek en el Kuomintang y la masacre de Shanghái contra los comunistas en 1927, pasó a la clandestinidad y a llamarse Nguyen Ai Quoc (“el patriota”), alternando huelgas e insurrecciones con cárceles y torturas. En Hong Kong funda el Partido Comunista de Indochina en 1930. Combate a los colonialistas franceses, luego a los ocupantes japoneses. En 1945 fundó y presidió la República Democrática de Vietnam (Vietnam del Norte). Ya como Ho Chi Minh, dirigió la lucha contra la segunda ocupación francesa y contra la invasión yanqui, así como la construcción del socialismo en el Norte liberado.

Pero además del gran héroe nacional de Vietnam, Nguyen Ai Quoc fue poeta. En las cárceles de Chiang Kai Shek, entre 1942 y 1943, escribió un libro de 120 poemas llamado “Diario de la prisión”. En él decía, por ejemplo: “Podrás perder mil batallas pero solamente al perder la risa habrás conocido la auténtica derrota”. Un bello poema suyo es “Los buenos días que vienen”: “Todo cambia, la rueda de la gran ley gira sin pausa. Después de la lluvia, buen tiempo. En el pestañeo de un ojo el universo se despoja de sus ropas sucias. A través de diez mil millas el paisaje se extiende como un precioso brocado. Delicada luz del sol. Brisas ligeras. Flores sonrientes, cuelgan en los árboles, entre las hojas chispeantes, todos los pájaros cantan. Hombres y animales vueltos a nacer. ¿Qué puede ser más natural? Después de la pena llega la alegría”. Y el último de sus poemas, “Después de la cárcel, de nuevo los montes: Las nubes besan los montes, los montes abrazan las nubes. El río es un espejo y no lo empaña nada. Por los montes Si Ling voy caminando solo. Me late el corazón al mirar hacia el sur y pienso en mis amigos”.

Hoy Saigón, la antigua capital del Sur, se llama Ciudad Ho Chi Minh en su Patria liberada.

R.G.M.